En busca del cuerpo perdido
(1992)
Referencia bibliogrĂĄfica
CHIOZZA, Luis (1992c) âEn busca del cuerpo perdidoâ.
Ediciones en castellano
Sergio Cecchetto, Discursos apasionados, FundaciĂłn Bolsa de Comercio, Mar del Plata, 1992, pĂĄgs. 71-75.
Luis Chiozza CD. Obras completas hasta agosto de 1995 (cd-rom), In Context, Buenos Aires, 1995.
Luis Chiozza CD. Obras completas hasta agosto de 1996 (cd-rom), In Context, Buenos Aires, 1996.
El contenido de este artĂculo corresponde a la participaciĂłn del autor en el panel que llevaba el mismo nombre, en las Jornadas de âCalidad de vida, polĂtica y saludâ organizadas por la FundaciĂłn de la Bolsa de Comercio de Mar del Plata, en el año 1992.
Insensiblemente hemos caĂdo en la idea de que estar enfermo es una especie de descompostura como la que les ocurre a los aparatos.
Concebimos a nuestro cuerpo como un mecanismo que, a veces, se descompone, y entonces, hay que recomponerlo cuanto antes. Con este bagaje, el enfermo concurre al mĂ©dico porque se siente mal, pero internamente lleva una pregunta: Âżpor quĂ© me ha sucedido esto? Y el mĂ©dico siempre contesta cĂłmo le ha sucedido, pero nunca por quĂ©. El enfermo, entonces, se olvida de su antigua pregunta, se olvida de que ha concurrido al doctor en busca de conocimientos y se encuentra con alguien que en lugar de aportarle conocimientos le da una receta. A veces le dice: âYa se le va a pasarâ, y al paciente se le pasa el sĂntoma por el cual consultĂł pero no el problema que estaba en la raĂz del sĂntoma. Estamos acostumbrados a pensar en este âcĂłmoâ en tĂ©rminos de causa y efecto, tanto que aun si nos referimos a problemas psĂquicos, nos manejamos como si lo psĂquico fuera una causa. (Se podrĂa pensar en lo psĂquico como causa forzando un poco las cosas, porque lo psĂquico es fundamentalmente significaciĂłn, refiere a lo que las cosas significan.)
Nosotros queremos estudiar lo que ocurre con el enfermo y con la pregunta que se hace siempre, aunque a veces la olvide y haya aprendido de los médicos cómo debe consultarlos. A través de todos los canales de comunicación se le explica al paciente qué es lo que debe preguntar, y de esta manera el enfermo aprende a ser enfermo, aprende lo que la medicina le enseña en una determinada dirección y desaprende lo que intuitivamente sabe: que estå enfermo por algo que tiene que ver con su vida.
DespuĂ©s de muchos años de investigar esto descubrimos âno solamente mi equipo de trabajo sino tambiĂ©n muchos mĂ©dicos que han tomado el mismo camino, sobre todo a partir de Freudâ que, en realidad, lo que aparece como enfermedad es siempre un pedazo de biografĂa que para el enfermo mismo queda oculta. Como si la biografĂa estuviese conformada por capĂtulos que el enfermo puede unir entre sĂ a la manera de eslabones de una cadena, si uno lo interroga. Pero de pronto esos capĂtulos se interrumpen y aparece uno en forma de enfermedad que aparentemente no tiene nada que ver con el resto. Por ejemplo, un señor se iba a casar, o un señor se acababa de jubilar, o un señor se acababa de mudar al pueblito en donde antes pasaba sus fines de semana, y cuando todo parecĂa encaminarse en una determinada direcciĂłn le âapareceâ una enfermedad desde âafueraâ, por accidente. Esto nunca es asĂ. Cuando se comprende realmente el lenguaje que habla la enfermedad, es decir, su significado âno estoy hablando de causas sino de significadosâ, siempre se comprueba que ese lenguaje recompone la secuencia de la biografĂa interrumpida. Dicho en otras palabras, la enfermedad es una historia que se oculta en el cuerpo, que el enfermo se oculta a sĂ mismo y que vive como una descompostura.
Cuando el enfermo recupera el sentido de su enfermedad, ya no estĂĄ mĂĄs enfermo. Se sentirĂĄ vĂctima de otro tipo de desgracia, sufrirĂĄ un dolor, a veces un sufrimiento inevitable, pero no se experimenta a sĂ mismo como enfermo sino como alguien que vive, a lo sumo, una tragedia. Y digo esto porque no siempre es tan trĂĄgico comprender el sentido de una enfermedad. Hay veces en que la enfermedad y los dolores son mal negocio, y otras en que son un negocio muy bueno, que vale la pena ser vivido. Calmar un dolor no es conveniente si el enfermo, junto con la extirpaciĂłn del dolor, borra el sentido de su enfermedad y en consecuencia esa enfermedad se le presenta como un castigo o una interrupciĂłn, desde afuera, del curso de su vida.
Por otro lado, la medicina descubre que las distintas enfermedades tienen distintos guiones, distintas temåticas, distintos leitmotiv. Una hipertensión es una manera de vivir una temåtica particular cuyo significado equivalente en el lenguaje verbal corriente, grosso modo, es la indignación. Y un infarto de miocardio o una angina de pecho son también maneras particulares de vivir una temåtica que desde el lenguaje verbal podemos llamar ignominia. Y una enfermedad hepåtica es una manera de vivir un guión particular que desde nuestro lenguaje verbal podemos llamar envidia. Y una enfermedad renal es un modo de vivir una temåtica particular que grosso modo podemos llamar ambición. Y asà sucesivamente. Esto es bastante extraño pero, en realidad, el camino que nos separa de este conocimiento es el enorme consenso que sigue insistiendo en que enfermamos porque se ha descompuesto el mecanismo. Lo cual, en cierta manera, también es cierto: pero es una parte de la verdad y no toda la verdad.
Quisiera relatar ahora la historia de un infarto. Recuerden que esta historia no es atĂpica e individual sino que en todos los infartos y en todas las anginas de pecho hay una historia como Ă©sta, y que es un guiĂłn distinto del que se encuentra en un canceroso, distinto del que se encuentra en un enfermo renal y distinto del que se encuentra en un enfermo hepĂĄtico.
El hombre de mediana edad, de aspecto desaliñado y fatigado, que detiene su automĂłvil en doble fila frente a un hotel âde mala muerteâ, contrasta notablemente con el âclimaâ bulliÂcioso y superficialmente divertido que ofrece Villa Carlos Paz durante el mes de enero. No encuentra alojamiento desde hace, ya, dos horas. Un nĂșmero inusitado de turistas ocupa todos los lugares. Acepta, para dormir, la cuarta cama de una habitaciĂłn compartida con otros tres viajantes. Debe subirse Ă©l mismo las valijas hasta el tercer piso y, para colmo, ni siquiera existe un ascensor. AllĂ sufre el ataque, âuna tremenda puntada en el pechoâ, y piensa: âhay que ocuÂparse de estacionar el automĂłvilâ. Es un infarto agudo de miocardio.
HabĂa dejado a Beatriz por su mujer, habĂa roto con ella suponiendo que era lo correcto. QuerĂa (Âżo debĂa?) conÂsagrarse a su familia, pero de pronto se encontrĂł nuevamente solo, agotado, desganado, sintiendo que todos sus esfuerzos habĂan perdido, progresivamente, su sentido. Ya no tenĂa para quĂ©, ni para quiĂ©n, seguir luchando.
Cuando, a los 22 años, se enamorĂł de Lina, vio en ella a la mujer buena y cariñosa que podrĂa mitigar esa soledad de niño pupilo que llevaba dentro del alma. Pero los desencuenÂtros en la convivencia y en la sexualidad, sobre todo en la sexualidad, comenzaron con el casamiento mismo.
Lina se ocupaba permanentemente de los hijos, mientras que Ă©l, Guillermo, se esforzaba por afianzar la economĂa. HabĂa forjado su vida bajo el lema del âdeber serâ, y dedicĂł su esfuerzo a construirla siguiendo âun camino recto de honÂestidad y noblezaâ. De este modo le era posible âpasar por encimaâ de los celos, las desilusiones, las ofensas y el reÂsentimiento que, lentamente, lo iban invadiendo.
Beatriz no fue un encuentro ocasional. El vĂnculo de camaÂraderĂa que mantenĂan posibilitĂł el comienzo de una relaciĂłn afectiva que fue creciendo en importancia. Cuando el padre de ella muriĂł, y Guillermo se acercĂł para confortarla, se convirtieron en amantes. âBeatriz es la clase de mujer que los hombres sueñan con tener.â Se comprenden, se aman, Guillermo descubre que la sexualidad con ella colma su vida con una nueva fuerza.
Pero es inĂștil: no puede, por mĂĄs que lo desee, enfrentar los conflictos que el progreso de su amor le suscita. Han pasado tres años y todavĂa no se anima a desarmar su faÂmilia. Beatriz nada le exige, pero Guillermo piensa que no es noble quitarle la oportunidad de organizar su propio hogar. Un dĂa se decide y se despide de ella. Nunca mĂĄs la verĂĄ. En ese entonces todavĂa no sabĂa... que nunca, jamĂĄs, lograrĂa olvidarla.
Con el tiempo... ocurrieron otras cosas. Se fue sintiendo, cada vez mås, un extraño en su familia. Su...