ÂżEres un storyteller?
Como contĂ© antes, durante tres años seguidos mi rutina consistiĂł en pasar muchas horas diarias, fines de semana incluidos, entre los juzgados de guardia, los calabozos y las salas donde se celebraban los juicios. HacĂa las traducciones para las personas detenidas, en su mayorĂa gente de mi tierra, pero tambiĂ©n para los de otros paĂses, puesto que tambiĂ©n traducĂa del inglĂ©s. La mayorĂa de las traducciones eran servicios breves y puntuales que terminaban con el dictamen de la sentencia y no me permitĂan implicarme o establecer una relaciĂłn con los detenidos mĂĄs allĂĄ de prestar un servicio.
Pero un caso fue diferente. Entonces fue cuando realmente me di cuenta de que mi pasiĂłn estaba ligada a conocer las historias humanas. Me di cuenta de que lo que realmente me llenaba era adentrarme en la condiciĂłn humana. Ser un storyteller.
Pero no hay que ser un escritor para ser un storyteller. Cada vez mĂĄs nos estamos dando cuenta de la importancia del storytelling en distintas profesiones: en el marketing, en la direcciĂłn de empresas, en las finanzasâŠ, por no mencionar la polĂtica, que ya darĂa para un libro enteroâŠ
El storytelling estĂĄ en todas partes, y para usarlo lo primero que hay que tener es la pasiĂłn y la curiosidad por la condiciĂłn humana y luego estar atento a los detalles que esconden los nudos universales que conectan con tus emociones y alrededor de las cuales puedes buscar la coherencia para tu material literario.
Una frĂa tarde de febrero volvĂa de sacar a pasear a Diego, mi perro, cuando pasĂ© al lado de un grupo de mujeres que ayudaban a una de ellas a ponerse de pie. Al parecer se habĂa mareado y se habĂa caĂdo. Al verla quedarse sola y andar tambaleĂĄndose por el suelo resbaladizo de las calles salpicadas por una fina capa de porquerĂa y lluvia, me ofrecĂ a acompañarla.
Me dijo que iba a la parada de metro de Sagrada Familia y que los zapatos que llevaba ya le habĂan dado un susto unos dĂas antes, cuando tambiĂ©n se resbalĂł y casi se golpeĂł la cabeza contra el cubo de la basura en el lugar donde trabajaba. Tras asegurarme que los iba a cambiar nada mĂĄs llegar a casa, me dijo que mi perro era muy bonito y que a su hijo le encantaban esos animales. Mientras me estrechaba el antebrazo sobre el que se apoyaba y medĂa cuidosamente cada paso que daba por el suelo resbaladizo, me contĂł que el chico llevaba ya mucho tiempo pidiendo que le comprara un perro, pero que el piso era muy pequeño y de alquiler.
El chico incluso se ofrecĂa a sacar a pasear a los perros de los vecinos, a limpiar las perrerasâŠ, cualquier cosa con tal de estar con ellos, y no solo con los perros, le gustaban todo tipo de animales. El tono de la madre evidenciaba dudas. Era ese tonillo de quien dice estar orgullosa de lo lindo que es su hijo, pero que serĂa mejor para Ă©l que se buscara otro trabajo, uno que le diera para algo mĂĄs que para comer. Aquel tono que decĂa que ella de aquello ya sabĂa mucho. Se notaba en sus dedos, frĂĄgiles y torcidos de años de trabajo manual durante demasiadas horas al dĂa y mal pagadas. Un tono de duda, pero tambiĂ©n de esperanza porque el niño habĂa estudiado informĂĄtica. Yo le comentĂ© que era una carrera con mucha salida en cualquier parte del mundo, sin saber que estaba dĂĄndole al botĂłn que activarĂa en ella algo que hasta ella misma desconocĂa que podĂa activarse.
Pues resultĂł que el chaval querĂa volver a Ecuador, y a la madre aquello le dolĂa mucho porque ya sabĂa lo que era vivir separada de Ă©l. HabĂa tenido que hacerlo durante ocho años, cuando habĂa venido a trabajar a España. TenĂa doce años cuando por fin se reunieron y estaba claro que la idea de volver a separarse la angustiaba. Era como si pensara en pasarse la vida entera llevando aquellos zapatos por el maldito suelo resbaladizo.
En Ecuador la cosa estaba mal. Pero no era la economĂa lo que la preocupaba. ResultĂł que, a travĂ©s de Facebook, como estaba pegado todo el dĂa a la cosa maldita esa, el chico se enterĂł de que tenĂa otros cuatro hermanos mĂĄs en Ecuador por parte del padre. Una hermana lo encontrĂł y se pusieron en contacto. HacĂa ya mucho tiempo que ella le decĂa al padre que tenĂa que contĂĄrselo. Pero el hombre habĂa pasado de ella. Ahora el muchacho tenĂa veintidĂłs años, era casi un hombre, y aquello le sentĂł muy mal. Y a ella no le extrañaba que quisiera conocerlos.
La mujer seguĂa hablando como si aquello tuviera un premio final. Como si le hubieran dicho que tenĂa cinco minutos para soltar todo que lo que la angustiaba y se llevarĂa una bonita sorpresa. IntuĂa que no era normal contarle todo aquello a alguien a quien veĂa por primera vez, pero aun asĂ seguĂa e incrementaba la apuesta por si el premio tambiĂ©n lo hacĂa. Hasta aquel instante justificaba al chico y sus inquietudes, pero entonces soltĂł que todo iba bien hasta que un dĂa el hijo le dijo que se habĂa enamorado de una hermana.
«¥¿Te imaginas?! âme decĂa, hincando cada vez mĂĄs las puntas de los dedos en mi brazoâ. Mira si tenĂa novias, y muy guapas. Llevaba tres años con una y de repente viene y me dice que esta era la que lo habĂa enamorado de verdad.» La madre le habĂa explicado, y muy bien, que aquello estaba mal, y Ă©l lo sabĂa, pero no hacĂa caso. Ni a ella ni al padre, quien dijo que harĂa cualquier cosa por impedirlo. Al hijo le daba lo mismo lo que pensara el viejo y asegurĂł que respetaba a la chica.
Ella ya le habĂa contado lo que podĂa pasar y le habĂa hablado de una amiga que se casĂł con un primo segundo. El hijo que tuvieron siempre estuvo malito. «Acaban de encontrarle un tumor, ojalĂĄ no sea nada grave», decĂa la mujer apoyada sobre mi brazo comprensivo.
HabĂamos recorrido ya unas tres o cuatro manzanas y parecĂa que nos conocĂamos desde hacĂa años. Era uno de estos momentos en que el cielo junta a dos perfect strangers, como si por puro capricho los ĂĄngeles hubieran elegido unir dos historias al azar para entretenerse un rato. A ver quĂ© sale, dirĂan los serafines subiendo la apuesta.
En un momento dado, la mujer se dio cuenta de que me habĂa contado sus intimidades familiares, a mĂ, un completo desconocido. Y me lo dijo, con la misma naturalidad con la que acaba de contĂĄrmelo todo. MeditĂł sobre aquello durante un instante, pero no le incomodĂł mucho. Se quedĂł con mi nombre y yo con su gratitud y con saber que el suyo no llevaba una hache, al menos eso creĂa ella, porque sus padres nunca se lo supieron decir. «Es que no sabĂan escribir», me dijo estrechĂĄndome la mano en la boca del metro de Sagrada Familia y sus obras como el telĂłn perfecto, a peticiĂłn expresa de los serafines, que lo eligieron para el final de la escena.
Encontrarme en estas situaciones es uno de los mejores regalos de la vida. Sentir la confianza y la espontaneidad fluyendo sin normas preestablecidas o barreras heredadas me hace conectar con el sentido, el propĂłsito y la esperanza de esta vida que he elegido y de la realidad que construyo.
AsĂ fue tambiĂ©n como me sentĂa aquella vez cuando, años antes, el camino de D. J. y el mĂo se cruzaron gracias a la intervenciĂłn del Departament de JustĂcia de Catalunya.
Eran las seis de la tarde y justo me estaba preparando para no hacer nada con nadie cuando sonĂł mi mĂłvil. Llamaban desde la empresa de traductores para pedir que fuera «URGENTEMENTE» a los juzgados de guardia para hacer un servicio de inglĂ©s. Como vivĂa muy cerca, me presentĂ© allĂ en cinco minutos, pero parecĂa que la juez y el abogado no habĂan recibido el mismo mensaje «URGENTEMENTE», por lo que firmĂ© en la hoja de llegada y me fui a tomar un cafĂ© hasta que llegasen. En fin, el taxĂmetro estaba en marcha y por mĂ podĂan tomarse todo el tiempo del mundo.
Pero unos veinte minutos despuĂ©s los funcionarios me llamaron para decirme que estaban a punto de llegar y que mientras tanto podĂa bajar con la mĂ©dica forense a los calabozos para hablar con el detenido. Mientras Ăbamos por los pasillos, la forense me explicĂł que se trataba «de un caso de lesiones que el detenido causĂł a un paquistanĂ⊠o un indio», no sabĂa decirme. Al entrar en los calabozos nos sentamos en una mesa hasta la que los mossos acompañaron a un joven de unos treinta años, rubio, de unos ojos azules llenos de interrogantes. Era australiano, altĂsimo, y era evidente que su excelente estado fĂsico contrastaba enormemente con su estado psicolĂłgico.
Se llamaba D. J.
âPregĂșntale si sabe por quĂ© ha sido detenido âme dijo la forense dando comienzo a una larga, quizĂĄ la mĂĄs larga, traducciĂłn que habĂa hecho hasta la fecha.
âPues⊠me lo explicaron en la comisarĂa. Pero la verdad es que no me acuerdo de nada âdijo D. J.
âÂżNada de nada? âinsistiĂł la forense. D. J. me ahorrĂł las palabras moviendo la cabeza de un lado a otro, mirando al sueloâ. Pues dile que estĂĄ aquĂ porque esta madrugada ha agredido a una persona y le ha causado serias lesiones.
âLo siento âcontestĂł D. J. con voz triste y ganas de poder recordar.
Entonces la forense le hizo varias preguntas sobre su origen, familia, padres, mujer, lugar de residencia y sobre quĂ© hacĂa en Barcelona. A todo ello D. J. contestaba con claridad, sin pausas. Sus padres se habĂan divorciado cuando Ă©l tenĂa dos años, tenĂa dos hermanas y un hermano y se llevaba muy bien con ellos, se habĂa casado con su mujer hacĂa un año, trabajaba como entrenador personal en un gimnasio de Londres y habĂa venido a Barcelona de vacaciones.
âÂżEstĂĄ actualmente en algĂșn tratamiento mĂ©dico? ÂżToma algĂșn tipo de medicamentos? âsiguiĂł la forense sin levantar la mirada de sus apuntes en forma de esquema que situaba a D. J. dentro de todas esas respuestas.
âSĂ. Sufro de depresiĂłn clĂnica, y estoy tomando Valium y Praxiten.
âÂżDesde hace cuĂĄnto tiempo?
âDesde hace unos tres meses. Me lo prescribieron porque sufrĂa ataques de pĂĄnico y ansiedad.
âÂżDesde hace cuĂĄnto tiempo tiene estos ataques?
âDesde hace unos años⊠No sabrĂa decirle exactamente. Todo comenzĂł con las pesadillas que empecĂ© a tener en el ejĂ©rcito.
âÂżEstuvo en el ejĂ©rcito?
âSĂ. En el EjĂ©rcito de Australia, durante once años. Me he retirado hace un año.
âÂżPuede decirme algo mĂĄs sobre cĂłmo empezaron las pesadillas?
âHe visto cosas muy malas⊠Guerra⊠Cosas muy malas⊠El año pasado me diagnosticaron estrĂ©s postraumĂĄtico, y empecĂ© a tomar Valium. No me ayudaba y ahora tomo Praxiten.
âÂżHabĂa bebido alcohol durante la noche del incidente? âpreguntĂł la doctora sin dejar de dibujar flechas, cuadros, cĂrculos y triĂĄngulos mutuamente relacionados. Mientras le hablaba, dibujaba formas de lo que a D. J. lo llevĂł a la madrugada pasada, cuando todo su pasado se dio de bruces con quien no deberĂa haber estado allĂ. Con su daño colateral, personal.
âSĂ. Me tomĂ© unas cuatro cañas âcontestĂł.
âÂżSabe que no debe tomar alcohol con estos medicamentos?
âLo sabĂa, pero creĂa que un par de cervezas no me harĂan daño.
âÂĄYa! Bueno, dile que ahora subirĂĄ para declarar ante el juez.
Subimos junto a dos mossos que acompañaban a D. J. esposado y, antes de entrar a declarar, el abogado le informó de que su mujer estaba bien y que lo estaba esperando fuera.
Esa misma noche tenĂan reservado el vuelo de vuelta a Londres.
âPuede sentarse âdijo la jueza con la cara hinchada de descontento por la «imprevista» llegada a su lugar de trabajo. A pesar de que ese dĂa estaba de guardia, los juzgados no le parecĂan el lugar donde deberĂa estar.
âPregĂșntale al señor D. J. si es cierto que en la madrugada de hoy en la Rambla agrediĂł a X, causĂĄndole la ruptura del hueso Y y que a causa del golpe sufriĂł la caĂda del pĂĄrpado izquierdo (tendrĂĄn que perdonarme, pero no he podido memorizar exactamente las lesiones que D. J. causĂł a X). ÂżSon ciertos estos hechos?
âLo siento, pero no puedo contestarle âdijo D. J. con voz asustada y con cara de alguien que se arrepiente de algo que no va con Ă©l, pero de lo que se siente responsableâ. No me acuerdo de nada âañadiĂł al final.
âNo recuerda que iba gritando por la calle y que en un momento se dirigiĂł al señor X diciĂ©ndole: «¥QuĂ© miras!» y que a continuaciĂłn le golpeĂł en la cabeza varias veces. âEsta vez el silencio fue la respuesta que no...