CapĂtulo 1
2 de noviembre de 2012
El gran dĂa
Se casaron en DĂa de Muertos, lo cual no llamĂł la atenciĂłn de nadie en todos los meses de planeaciĂłn, hasta que el difunto suegro de la novia se apareciĂł en el auto cuando terminĂł la ceremonia. Se maÂnifestĂł detrĂĄs del volante y estirĂł su brazo por detrĂĄs del asiento del copiloto para ver de frente a Isabel y a MartĂn.
âHermosa ceremonia, mijo âexpresĂł.
Las sonrisas de la pareja se congelaron. Tardaron lo que pareciĂł una eternidad en pronunciar palabra, y cuando lo hicieron no puÂdieron mĂĄs que balbucear.
Toda la vida, Isabel habĂa oĂdo historias sobre espĂritus que veÂnĂan a pasar este dĂa con su familia. De niña construĂa altares para sus bisabuelos, conmovedores tributos hechos con cajas de zapatos abiertas, adornadas con flores de papel e imĂĄgenes de figuras reliÂgiosas que se parecĂan mucho a los dioramas que hacĂa en primaria. De adolescente, su familia se congregaba en torno a la tumba de su tĂa abuela para limpiarla; un año su madre incluso llevĂł una aspiraÂdora de baterĂas para la lĂĄpida. Hoy recordamos a nuestros muertos, decĂa siempre su madre. Los honramos.
El padre de MartĂn lucĂa mĂĄs agotado que muerto, como si huÂbiera llegado tarde por estar atorado en el trĂĄfico. Isabel mirĂł a su nuevo esposo para saber quĂ© hacer y le sorprendiĂł notar que estaba molesto. No asustado, porque honestamente su suegro parecĂa inÂofensivo, como en las pocas fotos suyas que habĂa visto. No, MartĂn tenĂa cara de haber mordido un chile que picaba mĂĄs de lo esperado.
âÂżSabĂas que esto pasarĂa? âle preguntĂł.
âNo, pero es tĂpico de Ă©l. TĂpico. SĂłlo alguien tan descarado se aparece en una boda sin invitaciĂłn.
âÂĄMartĂn, por favor!
No esperaba que fuera tan grosero. Isabel no se esperaba nada de esto, pero tenĂa muy arraigado el instinto de mantener la cordialidad y respetar a sus mayores âincluso mĂĄs que sus supuestos sobre la vida y la muerte, aparentementeâ asĂ que sus esfuerzos por entender la situaciĂłn fueron rĂĄpidamente superados por su deseo de hacer que todo el mundo se sintiera a gusto.
Era la primera vez que veĂa a su suegro. AcomodĂł su vestido blanco, que abultaba cada centĂmetro del asiento, y enderezĂł el velo sobre sus hombros.
âÂżNo nos vas a presentar?
El viejo permaneciĂł sentado, esperando.
âNo pienso hablarle âdijo MartĂn.
âMartĂn, no lo dices en serio.
En ese momento, su suegro sonriĂł y se acercĂł a ella a travĂ©s del pequeño espacio que separaba la parte delantera y la trasera del RollsâRoyce que habĂan rentado.
âHabla en serio, te lo juro. La terquedad corre por nuestras venas. Isabel, soy Omar. Aunque espero que al menos te hayan dicho mi nombre.
âClaro, encantada âdijo.
En circunstancias ordinarias, se hubiera acercado para darle un beso, hasta un abrazo, pero Ă©stas no eran circunstancias ordinarias. No conocĂa las leyes que gobernaban a los muertos. Âż Pueden tocar?
ÂżSentir?Âż Sujetar? ParecĂa que Omar podĂa hacer avanzar el auto en cualquier momento. En vez de eso puso su mano sobre la de Isabel y ella no sintiĂł un toque sĂłlido sino una calidez viva, una suave electricidad. Sus ojos se encendieron, pero MartĂn se burlĂł y volteĂł para otro lado.
âOmar âdijo ella, dejando que su nombre le vaciara los pulmonesâ. ÂżQuieres venir a la recepciĂłn? âQuĂ© tonterĂa decir eso.
âEres muy amable en preguntar, Isabel. Gracias.
SaliĂł por la puerta del auto, que seguĂa abierta, y empezĂł a caminar rumbo a los jardines de la iglesia. Ni Isabel ni MartĂn trataron de seguirlo.
De algĂșn modo extraño, sabĂa que no lo verĂa cuando ella y MartĂn abrieran pista con su canciĂłn ni cuando partieran su pastel de bodas. En toda la noche, no volteĂł ni una sola vez a ver si su suegro habĂa llegado. Y como lo Ășltimo que querĂa era hacer enojar a su nuevo esposo, hizo como si nada hubiera sucedido.
Isabel no lograba conciliar el sueño en su noche de bodas. Los reciĂ©n casados hicieron el amor distraĂdamente, como si no fuera nada nuevo, y claro que para ellos no lo era. No eran, bajo los estĂĄndares de la Iglesia, buenos catĂłlicos. Antes de hoy, ninguno de los dos habĂa ido a misa en años. HabĂan empezado a acostarse a la tercera cita y media y habĂan usado condones y anticonceptivos y espermiÂcida, a veces los tres al mismo tiempo.
Aunque no era nada nuevo, Isabel habĂa imaginado que el sexo matrimonial se sentirĂa diferente. Marido y mujer juntando sus cuerpos, y por primera vez no importarĂa que alguien los escuchara o que los pillara o que el condĂłn tuviera ocho agujeros. Ahora estaban casados. Juntos para siempre.
MartĂn batallĂł con los botones perfectamente redondos que esÂcalaban, imposiblemente cerca uno del otro, la columna vertebral de su esposa. Isabel no se dio cuenta, hasta que se quitĂł el vestido, de cĂłmo el corsĂ© la habĂa constreñido toda la noche. Tuvo que tomarse un momento para respirar y las hendiduras que la estructura dejĂł en su piel, ahora expuestas, le dieron comezĂłn.
Le hubiera gustado hacerle el amor de maneras nuevas, de verdad que sĂ, pero mĂĄs que eso lo que querĂa era acostarse junto a Ă©l, cerrar los ojos y abrirlos para ver que MartĂn seguĂa ahĂ al dĂa siguiente y el siguiente y el siguiente despuĂ©s de eso.
Cuando terminaron, mientras desenredaban sus cuerpos, los recién casados miraron al techo. Ella suspiró. Hubiera querido decir algo como estuvo maravilloso, pero las palabras que salieron de su boca fueron:
âÂżQuĂ© pasa?
âNo sabĂa que estaba muerto âdijo MartĂn, con la mano en la frente.
De pronto s...