Los nombres propios
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Los nombres propios

Marta Serrano

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Los nombres propios

Marta Serrano

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ÂżQuiĂ©n es Belaundia Fu? Es la mejor amiga de Marta a los siete años: la amiga invisible que, en esos momentos en que las cosas no salen como habĂ­a planeado y ni siquiera la abuela es capaz de consolarla, se sienta con ella y espera hasta que se le pase. Belaundia Fu es la voz sensata, ideal e infalible que, cuando Marta tiene diecisĂ©is años y pese a que prefiera no escucharlas, le dice las verdades a la cara: por ejemplo, que ese chico, Charlie, no le conviene. Pero cuando Marta ya ha cumplido veintidĂłs, cuando ya se ha licenciado, cuando estĂĄ empezando a tomar las decisiones que van a marcar el resto de su vida, ÂżquĂ© hace aĂșn ahĂ­ Belaundia Fu? AhĂ­ sigue porque es quien, desde siempre, le narra a Marta su propia historia. ÂżQuiĂ©n es Belaundia Fu?, nos preguntamos; y, sin embargo, la pregunta que verdaderamente importa es: ÂżquiĂ©n es Marta?Luminosa y emocionante, Los nombres propios es una indagaciĂłn sobre la identidad y la relaciĂłn que establecemos con el mundo que nos rodea. Dominada por una voz narrativa de una madurez excepcional, la primera novela de Marta JimĂ©nez Serrano reflexiona acerca de cĂłmo llegamos a convertirnos en quienes somos, sobre el hecho mismo de crecer y la manera en que lo hacemos: aprendiendo a nombrar aquello que nos importa.

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Informations

Éditeur
Sexto Piso
Année
2021
ISBN
9788418342394
CHARLIE
Te sientas en la silla incĂłmoda de la academia con cierta relajaciĂłn mientras la profesora escribe la fecha en inglĂ©s en la pizarra. September 21st. Es viernes por la tarde, la semana ha terminado, vienes a esta aburridĂ­sima clase sobre los phrasal verbs a desconectar el cerebro. AquĂ­ no existe tu familia y tampoco el instituto. Los phrasal verbs son fĂĄciles. Te recuestas y el respaldo se te clava en la columna. Te recoges el pelo. Vas por imposiciĂłn paterna. Porque siempre se puede hablar mejor inglĂ©s. Vas con resignaciĂłn. Siguen entrando los Ășltimos alumnos, tĂș te has sentado en una esquina al fondo buscando soledad. La silla contigua estĂĄ vacĂ­a y no esperas que se llene. Entonces lo ves entrar a Ă©l. Mierda, piensas. O mejor: no piensas nada. Te yergues, porque recostada las piernas se te estampan contra la silla y tus muslos parecen gordos. Te yergues. Te sueltas el pelo. Te lo pasas por detrĂĄs de las orejas. Mierda.
Es Charlie, del grupo de los mayores. A ti Charlie te da igual. Te cae mal, incluso. Pero al entrar Ă©l por la puerta, entra tambiĂ©n el instituto. Solo queda una silla libre y Charlie la ocupa, sus piernas abiertas, su olor potente. Seguro que viene de baloncesto. Los de segundo tienen baloncesto a Ășltima hora. Dice la RamĂ­rez que les viene bien, que asĂ­ descargan energĂ­a. Le miras apoltronado en la silla y no sabes quĂ© energĂ­a tiene que descargar. La clase empieza.
–Oye, Âżte importa si compartimos el libro? Es que no lo tengo aĂșn

Joder. En serio. Por quĂ© a ti. No, claro, no te importa. Os arrimĂĄis un poco. Hay que rellenar unas frases a las que les faltan sus verbos. Él va a intervenir, pero tĂș lo haces en cinco minutos y dejas el lĂĄpiz sobre el libro. No le ves ningĂșn problema a tu prisa, a terminar en cinco minutos y relajarte. Tu prisa, que no deja que lo demĂĄs intervengan. Inclinados sobre el libro, ves un arito que tiene Charlie en su oreja izquierda.
–¿No tendrás una hoja y un boli?
Verdaderamente, es idiota. Quién viene a clase sin nada. Sacas el estuche y buscas entre tus preciados pilots un boli bic. Se lo das. Luego sacas de la mochila una carpeta y de la carpeta una hoja.
–Joder, ya decĂ­a yo que me sonaba tu cara. Vas al Lope de Vega tambiĂ©n, Âżno?
Charlie ha reconocido algunos de los trabajos de la carpeta, las fotocopias que reparte la Pato seguramente, o los proyectos de dibujo técnico que luego se cuelgan en los pasillos.
–¿TĂș no eres la que ganĂł el premio de redacciĂłn el año pasado?
Esa eres tĂș. SonrĂ­es incĂłmoda. Tener que coincidir con Charlie en la academia del barrio no te entusiasma, pero al menos aquĂ­ no eras la empollona. AquĂ­ te sentabas en Ășltima fila y pasabas de todo. Dices que sĂ­, que eres tĂș, a la defensiva. Charlie lleva una camiseta de Extremoduro y sigue oliendo a baloncesto. Esperas la reacciĂłn clĂĄsica de vuelta: «QuĂ© empollona», «QuĂ© coñazo», «QuĂ© listilla». Reconoces que esa eres tĂș y bajas la vista al libro.
–Me moló un montón tu cuento. Tenía un rollo Cortázar, ¿lo conoces?
Te sorprendes. Desde luego, no es la reacciĂłn clĂĄsica. Si no se hiciese llamar Charlie, si no tuviera un arito en la oreja ni llevase una camiseta horrible, si no oliese a baloncesto y si se hubiera traĂ­do un cuaderno y un lĂĄpiz, a lo mejor el chico te caĂ­a bien. Sabes que tienes un grano en la barbilla y no puedes dejar de pensar en Ă©l.
–¿Te moló en serio?
–Mazo. Era superdivertido.
SonrĂ­es nerviosa. ÂżEres superdivertida?
Acaba la clase y salĂ­s a la puerta. Buscas el contacto visual y le dices: «Bueno, pues ya nos verem ». Él escupe: «Venga, adiĂłs», sin mirarte.
Charlie mira a los lados y huye con la mochila negra colgando de un hombro y poniĂ©ndose los cascos mientras camina. No sabes quĂ© mĂșsica escucha, pero tienes la certeza de que no la conoces. QuĂ© adiĂłs tan breve. AĂșn hace calor, pero una brisa leve anuncia el final del verano, el comienzo del curso. Caminas inmersa en ti misma y no sabes aĂșn que dentro de nueve meses, al inicio del prĂłximo verano, estarĂĄs escribiĂ©ndote con Charlie. No sabes nada, solo quieres llegar a casa, tener el salĂłn para ti sola y ponerte una pelĂ­cula.
Todos te lo han puesto fĂĄcil. Un dĂ­a empezaron a hablar de mĂ­ en pasado. «¿Os acordĂĄis de cuando Marta tenĂ­a una amiga invisible?», «¿Os acordĂĄis de cĂłmo hablaba con Belaundia Fu por telĂ©fono?», «¥Y en el Huerto, cĂłmo no nos vamos a acordar!». TĂș callas, y solo los que conocemos lo expresiva y habladora que eres tememos silenciosamente lo que callas. Callas y miras a tu alrededor con cara de no haber roto un plato, con cara de quĂ© maja yo, que tenĂ­a una amiga invisible.
–¿De dónde te sacarías lo de Belaundia Fu?
–¡Y yo quĂ© sĂ©, dejadme en paz!
Me quieres ignorar, pero aquĂ­ sigo. QuiĂ©n lo iba a decir. Los niños se suelen desembarazar de sus amigos invisibles en torno a los seis años. Ocho, como mĂĄximo. Diez, a lo sumo. A la edad en la que se deja de creer en los Reyes Magos y en el Ratoncito PĂ©rez y, en fin, en los amigos invisibles. Yo sigo aquĂ­. Tampoco es que me sigas interpelando como a una amiga invisible, claro. Soy una voz. Una de tantas. FĂ­jate, hay un montĂłn: la Marta cĂ­nica, la Marta trĂĄgica, la Marta melancĂłlica. Las Martas esdrĂșjulas son terribles. No todas, es cierto. La Marta cĂłmica, la Marta lĂșdica, la Marta excĂ©ntrica. Con esas te llevas mejor. La Marta dramĂĄtica te agota. La Marta profĂ©tica te asusta. A la Marta tĂ­pica la rechazas. A la Marta simpĂĄtica la reservas para las ocasiones especiales, es como una niña que se cansa enseguida.
Luego estĂĄn las Martas agudas. La Marta fiel, la Marta vil, la Marta audaz, la capaz, la infantil. La Marta sutil, tan tĂ­mida, tan escondida. La Marta feliz, tan sensible.
Abundan tambiĂ©n, por supuesto, las Martas llanas. La Marta dĂ©bil, la Marta buena, la Marta terca, la Marta inĂștil. La irascible, la temible, la impaciente. La Marta sencilla, que quieres que exista pero que no existe. La Marta cauta. La Marta tierna. La Marta Marta.
Yo solo soy otra voz, o varias voces reunidas, pero me diste nombre y al darme nombre me diste importancia, y desde esa importancia te hablo, sensata, diurna, equilibrada, alegre, ideal, infalible. Por algĂșn motivo has decidido que todos esos adjetivos tienen otro nombre, que no pueden tener el tuyo. Los llamaste Belaundia Fu, y yo te pido al menos que me llames Bela, a estas alturas, pero tĂș no quieres, he dejado de caerte siempre bien. Lo sĂ©. Lo sĂ© ahora, te digo que Charlie no me gusta y sĂ© que no quieres escucharme. Y lo sabrĂ© dentro de nueve meses, cuando ya sea verano y Charlie no te guste a ti tampoco, y aun asĂ­ no quieras darme la razĂłn, en una especie de orgullosa reivindicaciĂłn de tus errores.
–Nada.
Es el mejorpeor verano de tu vida y no eres capaz de ...

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