Cuentos de amor de locura y de muerte
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Cuentos de amor de locura y de muerte

Horacio Quiroga

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  1. 192 pages
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Cuentos de amor de locura y de muerte

Horacio Quiroga

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El amor, la locura y la muerte van juntos. Uno desencadena al otro. En esta colecciĂłn de cuentos, encontramos que estos estados se ligan en los mismos de una forma prĂĄcticamente sĂłlida. Los relatos cargados de dolor, traiciĂłn, maldad, misterio, crueldad, abandono, soledad e indiferencia concluyen en los finales mĂĄs imprevistos.

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Informations

Année
2018
ISBN
9789874490148
Cuentos de amor
de locura
y de muerte
Una estaciĂłn de amor
Primavera
Era el martes de Carnaval. Nébel acababa de entrar en el corso, ya al oscurecer, y mientras deshacía un paquete de serpentinas miró al carruaje de adelante. Extrañado de una cara que no había visto en el coche la tarde anterior, preguntó a sus compañeros:
—¿QuiĂ©n es? No parece fea.
—¡Un demonio! Es lindísima. Creo que sobrina, o cosa así, del doctor Arrizabalaga. Llegó ayer, me parece...
NĂ©bel fijĂł entonces atentamente los ojos en la hermosa criatura. Era una chica muy joven aĂșn, acaso no mĂĄs de catorce años, pero ya nĂșbil.1 TenĂ­a, bajo el cabello muy oscuro, un rostro de suprema blancura, de ese blanco mate y raso que es patrimonio exclusivo del cutis muy fino. Ojos azules, largos, perdiĂ©ndose hacia las sienes entre negras pestañas. Tal vez un poco separados, lo que da, bajo una frente tersa, aire de mucha nobleza o gran terquedad. Pero sus ojos, tal como eran, llenaban aquel semblante en flor con la luz de su belleza. Y al sentirlos NĂ©bel detenidos un momento en los suyos, quedĂł deslumbrado.
—¡QuĂ© encanto! —murmurĂł, quedando inmĂłvil con una rodilla en el almohadĂłn del surrey.2 Un momento despuĂ©s las serpentinas volaban hacia la victoria.3 Ambos carruajes estaban ya enlazados por el puente colgante de papel, y la que lo ocasionaba sonreĂ­a de vez en cuando al galante muchacho.
Mas aquello llegaba ya a la falta de respeto a personas, cocheros y aĂșn al carruaje: las serpentinas llovĂ­an sin cesar. Tanto fue, que las dos personas sentadas atrĂĄs se volvieron y, bien que sonriendo, examinaron atentamente al derrochador.
—¿QuiĂ©nes son? —preguntĂł NĂ©bel en voz baja.
—El doctor Arrizabalaga... Cierto que no lo conoces. La otra es la madre de tu chica... Es cuñada del doctor.
Como en pos del examen, Arrizabalaga y la señora se sonrieran francamente ante aquella exuberancia de juventud, Nébel se creyó en el deber de saludarlos, a lo que respondió el terceto con jovial condescendencia.
Este fue el principio de un idilio que duró tres meses, y al que Nébel aportó cuanto de adoración cabía en su apasionada adolescencia. Mientras continuó el corso, y en Concordia se prolonga hasta horas increíbles, Nébel tendió incesantemente su brazo hacia adelante, tan bien que el puño de su camisa, desprendido, bailaba sobre la mano.
Al dĂ­a siguiente, se reprodujo la escena; y como esta vez el corso se reanudaba de noche con batalla de flores, NĂ©bel agotĂł en un cuarto de hora cuatro inmensas canastas. Arrizabalaga y la señora se reĂ­an, volviendo la cabeza a menudo, y la joven no apartaba casi sus ojos de NĂ©bel. Este echĂł una mirada de desesperaciĂłn a sus canastas vacĂ­as. Mas sobre el almohadĂłn del surrey quedaba aĂșn uno, un pobre ramo de siemprevivas y jazmines del paĂ­s. NĂ©bel saltĂł con Ă©l sobre la rueda de los jazmines del paĂ­s.
Nébel saltó con él por sobre la rueda del surrey, dislocose casi un tobillo, y corriendo a la victoria, jadeante, empapado en sudor y con el entusiasmo a flor de ojos, tendió el ramo a la joven. Ella buscó atolondradamente otro, pero no lo tenía. Sus acompañantes se reían.
—¡Pero, loca! —le dijo la madre, señalĂĄndole el pecho—. ÂĄAhĂ­ tienes uno!
1 NĂșbil: persona, en especial mujer, que estĂĄ en edad de contraer matrimonio.
2 Surrey: carruaje ligero tirado por caballos de cuatro ruedas, que tiene dos o cuatro asientos.
3 Victoria: carruaje con dos asientos, abierto y con capota.
El carruaje arrancaba al trote. NĂ©bel que habĂ­a descendido afligido del estribo, corriĂł y alcanzĂł el ramo que la joven le tendĂ­a con el cuerpo casi fuera del coche.
NĂ©bel habĂ­a llegado tres dĂ­as atrĂĄs de Buenos Aires, donde concluĂ­a su bachillerato. HabĂ­a permanecido allĂĄ siete años, de modo que su conocimiento de la sociedad actual de Concordia era mĂ­nimo. DebĂ­a quedar aĂșn quince dĂ­as en su ciudad natal, disfrutados en pleno sosiego de alma, sino de cuerpo. Y he aquĂ­ que desde el segundo dĂ­a perdĂ­a toda su serenidad. Pero en cambio, ÂĄquĂ© encanto!
—¡QuĂ© encanto! —se repetĂ­a pensando en aquel rayo de luz, flor y carne femenina que habĂ­a llegado a Ă©l desde el carruaje. Se reconocĂ­a real y profunda...

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