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«Paul y Jim movilizaron al mundo para que aceptara la tuberculosis farmacorresistente como un problema que se podĂa solucionar âme contĂł Howard Hiatt un dĂa del año 2000, en su consulta del Brigham. En su opiniĂłn, aquello no era una cuestiĂłn menorâ. Cada año mueren por lo menos dos millones de personas por culpa de la tuberculosis. Y cuando entre esa gente que muere hay un nĂșmero altĂsimo de personas con cepas farmacorresistentes, como acabarĂĄ ocurriendo a menos que se implante un programa enorme y muy bueno, no van a ser dos millones. Esa cifra podrĂa aumentar drĂĄsticamente».
Y la TB-MR era solo parte de un problema descomunal en la salud mundial. La tuberculosis y el sida se cernĂan sobre el nuevo milenio. Si a estas predicciones se les sumaba la pandemia de malaria, parecĂa evidente que el mundo se enfrentaba a catĂĄstrofes de salud pĂșblica que llevaban siglos sin verse, desde las Ă©pocas de la peste en Europa o la casi extinciĂłn de los pueblos indĂgenas de AmĂ©rica. Hiatt parecĂa estar diciendo que Farmer solo debĂa participar en la lucha contra esas lacras y en una medida proporcional a su tamaño. «Los seis meses al año que Paul dedica a atender, uno a uno, a sus pacientes de HaitĂâŠ, imagĂnese que invirtiera ese tiempo en un gran programa para tratar a presos tuberculosos en Rusia y otros paĂses del este de Europa, o la malaria en el mundo, o el sida en el sur de Ăfrica. Da igual dĂłnde o quĂ©, porque se sabe que harĂĄ cosas importantes. Porque mire lo que ha hecho con la TB-MR solo con parte de su tiempo. ÂĄMire lo que ha hecho con sus capacidades y su perspicacia polĂtica! Llevo un tiempo animĂĄndole a que se dedique a asesorar en HaitĂ y dedique la mayor parte del tiempo a proyectos mundiales».
Farmer tenĂa ya cuarenta años y las credenciales necesarias para trabajar segĂșn imaginaba Hiatt, en un nivel meramente ejecutivo. En los cĂrculos acadĂ©micos, su reputaciĂłn habĂa crecido. Estaba a punto de convertirse en profesor titular de Harvard. Se encontraba en los primeros puestos de la lista de los grandes premios de antropologĂa mĂ©dica; algunos de sus colegas iban ya diciendo que habĂa «redefinido» el campo. En cuanto a su situaciĂłn en la medicina clĂnica, era ya uno de los mĂ©dicos a los que las facultades de medicina, en Europa y en los Estados Unidos, invitaban a sus campus a dar las conferencias conocidas como sesiones clĂnicas. En el Brigham, los cirujanos le habĂan pedido hacĂa poco que les diera una, un honor que no solĂa concederse a un simple mĂ©dico. TambiĂ©n formĂł parte de varios consejos sobre salud internacional, en los que hizo oĂr sus opiniones. Pero no parecĂa dispuesto a abandonar ninguna faceta de su trabajo, incluida la de atender, uno a uno, a sus pacientes de HaitĂ.
No era que Farmer no quisiese hacer todo lo que estuviera en sus manos para curar el mundo de la pobreza y la enfermedad. Sencillamente, tenĂa sus propias ideas sobre cĂłmo hacerlo. En realidad, parecĂa ser la Ășnica persona que entendĂa el plan en toda su magnitud. Un joven ayudante que tuvo le dijo en cierta ocasiĂłn, exasperado, que no tenĂa prioridades. Su respuesta fue que aquello no era cierto: primero iban los pacientes, luego los presos y luego los estudiantes. Pero se notaba que tal vez el ayudante se habĂa quedado solo en el detalle.
Me gustaba sentarme a observarlo mientras leĂa su correo electrĂłnico, en Cange, en los aviones y en las salas de espera de los aeropuertos. TenĂa una forma particular de hacer cĂrculos en el aire con un dedo cuando estaba pensando en cĂłmo decir algo importante y, cuando creĂa que otra persona habĂa dado con una buena idea, se golpeaba un lado de la nariz con el Ăndice. El correo electrĂłnico en sĂ me resultaba interesante. En cierta medida era un reflejo de su consulta, del alcance que tenĂa. A principios de 2000, recibĂa unos setenta y cinco mensajes al dĂa. ParecĂa recibirlos casi todos con agrado y haber sido Ă©l quien motivara muchos de ellos. Contestaba a la enorme mayorĂa.
HabĂa consultas sobre pacientes de TB-MR de PerĂș, que tenĂa que leer y responder cuidadosamente; mensajes preocupados y preocupantes sobre proyectos en los que participaba PIH, en Rusia, Chiapas, Guatemala y Roxbury; saludos cariñosos y peticiones de consejo que le enviaban curas, monjas, antropĂłlogos, burĂłcratas de la salud y colegas mĂ©dicos de Cuba, Londres, Armenia, Sri Lanka, ParĂs, Indonesia, Filipinas, SudĂĄfrica; y siempre algunas preguntas como esta: «Solo por liarte un poco mĂĄs. ÂżTe gustarĂa trabajar en Guinea-Bissau?». RecibĂa peticiones de consejo y de cartas de recomendaciĂłn, de chavales que habĂan trabajado de voluntarios en PIH y ahora querĂan ir a la facultad de medicina, y de mĂ©dicos y epidemiĂłlogos jĂłvenes que, de una forma u otra, se habĂan sumado a la causa de PIH. HabĂa preguntas de su colega de Enfermedades Infecciosas del Brigham, de un mĂ©dico de Boston que le habĂa estado consultando sobre los cuidados de un paciente indigente con vih y de sus alumnos de Medicina favoritos. «¿CuĂĄl es el mecanismo/la fisiopatologĂa de la pĂ©rdida aguda de audiciĂłn asociada a la meningitis?», planteĂł uno.
Farmer escribiĂł rĂĄpidamente:
buenos dĂas, david. el daño que causa la meningitis bacteriana se debe en Ășltima instancia a la respuesta inflamatoria del huĂ©sped. leucocitos. por lo tanto, las meningitis purulentas que van a por la base del cerebro causan ahĂ una inflamaciĂłn casi similar a una masa. ahora, ÂżquĂ© discurre bajo la base del cerebro? los pares craneales. Âży quĂ© hacen? permiten que las niñitas oigan. Âży quĂ© les pasa cuando estĂĄn rodeados de una inflamaciĂłn gelatinosa similar a una masa (pus)? se pinzan. y quedan anĂłxicos. por ahĂ pasa la audiciĂłn y a menudo la capacidad de abrir los dos ojos, etc., incluso la hidrocefalia se debe a menudo a residuos inflamatorios que bloquean los orificios⊠es anatomĂa, amigo mĂo. anatomĂa y pus. siempre es anatomĂa y pus.
Y, cuando estaba de viaje, su cuenta se llenaba de mensajes en criollo. Fui una vez con Ă©l de Cange a los Estados Unidos, en un viaje de un dĂa y medio para recaudar fondos. Cuando volvimos a Miami, de camino a HaitĂ, y consultĂł su correo electrĂłnico, tenĂa este mensaje esperĂĄndole, de uno de los trabajadores de Zanmi Lasante:
Querido Polo: No sabes lo felices que nos hace que vayamos a vernos en cuestiĂłn de horas. Te echamos de menos. Nos faltas como la lluvia a la tierra reseca y agrietada.
âÂżDespuĂ©s de treinta y seis horas? âdijo Farmer a la pantalla del ordenadorâ. TĂo, los haitianos. QuĂ© exageradĂsimos son⊠Esa es la gente que me gusta.
En aquella Ă©poca, su vida tenĂa un problema logĂstico principal. Ophelia lo definiĂł de manera sucinta: «AllĂĄ donde estĂ©, falta en algĂșn sitio». De momento, la soluciĂłn de Farmer era dormir menos y volar mĂĄs. A principios de 2000, lo acompañé en lo que llamĂł «un mes de viaje tranquilo».
HabĂamos pasado dos semanas en Cange y, entre medias, hicimos un viaje relĂĄmpago para visitar al grupo de la iglesia de Carolina del Sur. Ahora nos dirigĂamos a Cuba para un encuentro sobre sida. La semana despuĂ©s la pasarĂamos en MoscĂș para un asunto de tuberculosis, con una parada en ParĂs.
âÂżQuiĂ©n te paga los viajes? âpreguntĂ©.
El grupo de la iglesia, el Gobierno cubano y la FundaciĂłn Soros, respondiĂł. SonriĂł.
âPagan los capitalistas, los comunistas y los cristianos.
Cuando era mĂĄs joven, Farmer acostumbraba a salir de Cange en vaqueros y camiseta, hasta que se dio cuenta de que...