PRĂLOGO A LA SEGUNDA EDICIĂN
Publicar âDesafuerosâ fue como abrir una brecha en un dique: el bloqueo cediĂł y abriĂł paso a un torrente de frases que combinan obviedades con despropĂłsitos. Esta segunda ediciĂłn incluye Ăntegra a la primera, con algunos retoques y muchos agregados. Entiendo que es lo que los editores significan con âcorregida y aumentadaâ. El aumento es significativo: unos doscientos aforismos mĂĄs, que han reclamado una clasificaciĂłn mĂĄs detallada: 35 capĂtulos en lugar de los 25 iniciales.
Ese crecimiento no es fruto de ningĂșn proyecto editorial; es simplemente el producto de una suerte de âvicio hermenĂ©uticoâ que me acompaña desde que tengo memoria: una ininterrumpida mirada vivisectora que provoca al verbo. Antes y despuĂ©s de los libros, la palabra sigue corriendo al lado de los hechos gritĂĄndoles su verdad: una carrera sin meta que no promete nada bueno.
Desde la primera ediciĂłn de Desafueros, aquel infierno del que nos hablaba Ătalo Calvino ha ampliado sus instalaciones para atender la demanda de una creciente masa de condenados. Con ello, en escasos tres años, mis pronĂłsticos mĂĄs exagerados han devenido simples titulares de periĂłdico. La sociedad âavanzadaâ â o sea, la mĂĄs prĂłxima a la catĂĄstrofe â ha confirmado con creces mis anatemas: una amarga satisfacciĂłn que me da la vida.
Pero la adrenalina, la cortisona y la cocaĂna (la droga es femenina) tienen algo en comĂșn con la testosterona. Pues en medio del infierno convocan al Eros: esa alegrĂa que hay en el descubrirse vivo y amante de la vida, a pesar de estar viendo el horror de frente. Que la felicidad del imbĂ©cil no es de envidiar. Y aquĂ paro.
Estas frases, en su prĂĄctica totalidad, fueron escritas en España; por lo tanto, se contagian con su contexto real y verbal: el pensamiento es situacional. Ello reclama cierta colaboraciĂłn del lector: situarse. O no hacerlo; que el equĂvoco es, al final de cuentas, insorteable: siempre entenderemos lo que nos dĂ© la gana.
Si al decir de Cristina Santamarina, âChaves es un aforismoâ, con estas quinientas frases entrego un manojo de llaves a quien quiera probarlas en sus cerraduras⊠o cerrazones. Y con ellas, espero provocar nuevas sonrisas de complicidad en la persona que me incitara a cometerlas â aunque ya no estĂĄ con nosotros â, mi amigo Gustavo Gili.
Incluyo aquĂ mi agradecimiento a MĂłnica Gili, que me ha autorizado a esta segunda ediciĂłn digital; a Alejandro Ros, que tuvo que agregar diez ilustraciones mĂĄs; y, obviamente, al editor Alberto Vicente, que acogiĂł el texto entusiastamente.
Norberto Chaves
AFORISMOS Y DESAFUEROS:
UN COMBATE MORAL CONTRA LA LENGUA COMĂN
Miguel Marinas
Chaves es un aforismo (Cristina Santamarina)
Aforismo es un tĂ©rmino que en sĂ mismo lleva lo que hace: horismĂłs es el horizonte, lo que limita. Pero ya ven quĂ© lĂĄbil es la raya del fondo del paisaje: basta con moverse un poco y entonces⊠ese maldito horizonte sigue estando ahĂ. Esa es la paradoja indesmallable del aforismo. No estaba, parece ligero, cosa de ingenio, pero en cuanto anuda sus tĂ©rminos (muchos o pocos, mĂĄs bien escasos) ya no te libras de Ă©l.
Apo-horismĂłs: un enunciado que delimita, que acota lo que pone para que no se confunda con lo que no es Ă©l, o sea con el resto del mundo. Acota respecto de lo de fuera, y en eso es intransigente: el aforismo es sin mezcla, no contemporiza.
Pero por dentro es mĂĄs fuerte aĂșn. Porque no representa nada exterior: inventa un mundo.
Es poético y es filosófico. Poético porque pone algo en el mundo que antes no estaba en él. Por eso la mejor traducción de poeta es hacedor. Filosófico porque se justifica sólo en la sorpresa, en ese vértigo suspendido e inevitable que produce mirar de un cierto modo el mundo. Pues ¿y si lo que se suele decir que es asà (doxa), si lo que parece normal, fuese por un momento de esta otra manera? Por eso la mejor traducción de filósofo es sorprendido. Hay que saber mantener la capacidad de hacer y de sorprenderse, de hacer algo con la propia sorpresa, para poder componer aforismos. No son para sorprender. Vienen de la sorpresa.
Si en el supuesto aforismo mandan las ganas de sorprender, se nota y decimos que es una frase ingeniosa. Pero si en lo que se enuncia hay algo que no se deja gobernar ni por quien escribe ni por quien lee, decimos que ha brotado un aforismo. Y entonces â hagamos falsos hermanos, que para eso estamos â la frase cobra aforo, se emplaza, se placea, desplaza, e incluso reemplaza mucho dicho hecho. Por eso Norberto Chaves puede hablar de desafueros: el enunciado desaforado (forcluido, fuera del fuero, a contraley). Esto es muy importante, creo yo, pues en ello estĂĄ la sal del desafuero.
Porque al aforismo, como al bicho viviente, le salen trampas y señuelos, para reducirlo al zoo de los dichos hechos, aquellos que comenzaron siendo metåforas vivas y ahora son metåforas muertas o de cartón. Pero si el aforismo resiste no hay manera de domesticarlo, no hay manera de volverlo refrån. Hemos de advertir que el refrån, este pariente menenstral del aforismo, es notablemente poderoso, precisamente por sus trazas mansurronas, por su pelaje gris, por su terno de ir al colmado después de misa de nueve.
Hay un salto grande entre decir: quien come y canta / algĂșn sentido le falta y proclamar: Böse Menschen haben keine Lieder: los hombres malvados no tienen canciones, como quien dice que no gastan canciones, que no suelen, tal como replicĂł el otro cuando le ofrecieron un cigarrillo: Gracias, no gasto.
Ese aforismo popular (¿los aforismos son populares o de autor?) le sirve a Friedrich Nietzsche para consagrarse como aforista o aforizontal, pues vuelve del revés los dichos para darles otro son, otro destello nuevo. El dice que filosofa con el martillo, convierte la tarea del hacedor sorprendido en una fragua. Nietzsche, como todo aquel que compone aforismos, hace cosas con palabras. Para empezar: ponerles en el camino de inventar un sentido nuevo.
Pongo un ejemplo un tanto libresco o erudito, pero es un ejemplo amigo, pues habla del interĂ©s por las palabras que es lo que venimos aquĂ a aprender y a cultivar leyendo a Chaves. El ejemplo es un aforismo de SĂ©neca: lo que era filosofĂa se ha convertido en interĂ©s por la palabra (si me autorizan a traducir asĂ el original latino Quae philosofia fuit philologia facta est). Pues va Nietzsche y le da un giro de tuerca: Quae philologia fuit philosofia facta est y nos pone mirando en otra direcciĂłn: resulta que el interĂ©s por las palabras⊠¥es el verdadero oficio del filĂłsofo!
El aforismo es una operaciĂłn de mudar la lengua materna sin que se note.
Ya el bendito Roland Barthes habla, pero poco, de esta cosa de ser la lengua de uno precisamente llamada lengua materna. No conviene descuidar esta dimensiĂłn al hablar del trabajo, o de las andanzas, o de las travesuras del aforismo. Porque nos da la otra vertiente que Don Rolando descubre: A quienes estĂĄn lejos del poder (y son legiĂłn) no les queda otra que practicar el robo del lenguaje.
Robar el lenguaje y maquillarlo. Como quien roba un pan y lo escamotea, lo esconde en la faltriquera. Como aquella mujer rural que con una compinche, cada cual con su cestito, afanan una gallina en corral ajeno y, sorprendidas in fraganti, le apostilla la primera a la segunda: Manola Tapalacola ¿has visto la gallina de la señora?
El aforismo parte de una evidencia mayor: el cierre del lenguaje. Que se diga âlengua maternaâ no alivia la cerrazĂłn. A Nietzsche mismo le debemos una puntada mayor sobre el particular, que esta sĂ que sĂ: Mientras exista la gramĂĄt...