Anorexia y psiquiatrĂ­a: que muera el monstruo, no tĂș
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Anorexia y psiquiatrĂ­a: que muera el monstruo, no tĂș

Vivencias de acompañar a un ser extraordinario. Reflexiones y propuestas para recuperar la salud

Betina Plomovic

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  1. 444 pages
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Anorexia y psiquiatrĂ­a: que muera el monstruo, no tĂș

Vivencias de acompañar a un ser extraordinario. Reflexiones y propuestas para recuperar la salud

Betina Plomovic

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À propos de ce livre

Comparto mi testimonio tras haber convivido con un monstruo bicĂ©falo: el de un sistema psiquiĂĄtrico que aĂșn daña y una grave enfermedad poco comprendida, que mi hija superĂł contra todo pronĂłstico mĂ©dico.Mi primer impulso fue intentar olvidar estas vivencias lo antes posible, sin embargo, optĂ© por visibilizarlas y abrir espacio a la reflexiĂłn. Aporto mis bĂșsquedas y mi deseo de acompañar a personas que sufren procesos similares, como enfermas o como acompañantes. Siempre con gran agradecimiento a todo el buen hacer profesional y sin ningĂșn ĂĄnimo de queja ni confrontaciĂłn, mi objetivo es sensibilizar sobre el daño invisible que aĂșn se ejerce en psiquiatrĂ­a y cuestionarnos juntos: ÂżPor quĂ© no se respetan las garantĂ­as constitucionales ni los derechos humanos en los psiquiĂĄtricos?ÂżPor quĂ© las malas praxis judiciales, mĂ©dicas y de los servicios sociales resultan impunes, y esta agresiĂłn a personas tan vulnerables no es de interĂ©s de los polĂ­ticos ni del pĂșblico?ÂżPor quĂ© en una unidad psiquiĂĄtrica se invisibiliza o ridiculiza el sufrimiento ajeno? ÂżCĂłmo no hay consenso mĂ©dico para definir ni tratar la llamada anorexia, a pesar de ser una enfermedad descrita desde hace mĂĄs de veinte siglos? ÂżSeremos capaces de rehacer nuestra Ă­ntima conexiĂłn con la naturaleza para dejar de ser una sociedad enferma?Todas las personas tenemos la indelegable responsabilidad de cuidar de nuestra propia salud y tambiĂ©n podemos ser parte de la red asistencial comunitaria. Esta es mi invitaciĂłn a reflexionar, a comprometernos con las mĂĄs vulnerables y a seguir compartiendo.

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Informations

Année
2020
ISBN
9788468551708
LA NOCHE OSCURA DEL ALMA
7. EL TEMIBLE PRIMER INGRESO. El monstruo gana la batalla
Diario, 14.02.2011
Hoy has ingresado en el hospital. Un año y medio de tantos intentos por contener la enfermedad. Pronto estaremos en casa, y sabremos cómo actuar para que estés bien.
LA MURALLA ACORAZADA. Un catorce de febrero
Espera, espera, espera
 Consultas, batas blancas, sillas duras
 Segundos, minutos, horas
 Por favor, dígame que nos vayamos a casa, insensatas de nosotras
 Un, dos, tres médicos
 Enfermeras que anotan.
«¿Por quĂ©?», le dicen. Me sorprendo
 ÂżNo lo saben? Notas, informes, asentimientos. MĂĄs espera, y de pronto todo se agiliza. «SĂ­, sin duda, vamos a ingresarla, sĂ­, ahora mismo » Una llamada de confirmaciĂłn: «Por favor, prepĂĄranos la plaza, sĂ­ ahora subimos»  Planta dos, unidad de crisis, fortaleza naranja, prisiĂłn de rosa, al final del pasillo de pediatrĂ­a a la derecha, microcosmos del sufrimiento en una unidad de trenecitos de colores
 Un espacio pequeño, lo mĂ­nimo
 y unas normas enormes, grandĂ­simas
 «Esto es salud mental, Âżsabe? Y las normas son muy estrictas
 Tenga una lista de lo que sĂ­ y de lo que no, y trĂĄigalo cuanto antes
 No hay visitas, no hay llamadas, no hay contacto, ni siquiera le digo si mañana va a llamarle el mĂ©dico » ÂĄÂĄBlam!! Rac Rac
 Sonajero de llaves, de una puerta lisa y dura
 Me voy, preparo todo, y me vuelvo con la ilusiĂłn de poder despedirme y decirle que todo irĂĄ bien, que estoy con ella

La puerta se me abre parcialmente solo para que entregue la maleta
 y se cierra, para que se pueda inspeccionar todo lo que he traĂ­do, en la intimidad
 «Ok, excepto la pinza del pelo, no estĂĄ permitida, es porque tiene una pequeña pieza metĂĄlica en medio, Âżsabe?» —me dice alargĂĄndome la maleta vacĂ­a
 tan vacĂ­a como yo
 «A su hija, claro, no puede ya verla » Pero sĂ­, la veo, la veo entre el cuerpo de la mujer que me lo impide y el lindar de la puerta, veo su cabecita de pelo ondulado, estĂĄ de espaldas delante de una cena que le parecerĂĄ inmensa, desproporcionada, enorme
 Claro, una escueta cena de hospital
 La veo, y mi mirada besa su espalda y le dice las palabras que Can Cerbera no me permite decirle. Se lo envĂ­o desde el corazĂłn, de ese corazĂłn partĂ­o por no haber sabido alimentar su adolescencia como ella necesitaba
 ÂĄÂĄBlam!!, grita de nuevo la puerta, Rec Rec sigue la llave
 Y me quedo tiesa en un pasillo desierto. Solo una niñita rĂ­e con su familia en el otro extremo del pasillo, allĂ­ donde pediatrĂ­a se escribe con A de alegrĂ­a de un nacimiento y la visita del hermanito

Donde estoy yo, no hay nada, solo letreros de prohibido el paso, puertas duras, lisas y cerradas, silencio, desamparo, y mi hija entre otras adolescentes que adolecen su dolor. Me quedo unos instantes para retar la intransigencia de la enfermera, porque yo sĂ­ puedo hablarle a mi hija: lo hago sin palabras, le envĂ­o a travĂ©s de todas las barreras humanas el latido de mi corazĂłn, que durante tanto tiempo fue su mĂșsica y su canciĂłn de cuna. Hoy interpreta para ella la melodĂ­a mĂĄs dulce que conoce, la mĂĄs tierna, la mĂĄs sutil, para que pueda deslizarse por las rendijas del techo y la pared y le lleguen sus notas, le acaricien su cara y le susurren al oĂ­do: «Por favor cariño, come algo y refresca tus labios resecos. Estoy, estamos, estĂĄs. TĂș sola puedes. Yo te espero. SeguirĂĄs madurando, procesando. Y otra vez nos reiremos haciendo palomitas de maĂ­z».
Diario, dos días después de que ingresaras
SILENCIO
Los sonidos son lejanos. El mundo rueda extraño, y por mucho ruido que haga no lo escucho. Hoy siento el silencio, un silencio profundo interrumpido cuando quien llama deja grabado un nĂșmero imposible, de muchos dĂ­gitos: sĂ© que es el nĂșmero del hospital y que seguidamente escucharĂ© si soy tu madre. «SĂ­, sí», digo brevemente para no demorar lo que tengan que decirme. Y me piden ropa limpia, y algĂșn libro, y que me anote la cita con la doctora. «QuĂ© mĂĄs —pienso yo—, quĂ© mĂĄs puedo dar de vasallaje para que me digan que estĂĄs bien, contenta, que ahora mismo vuelves a casa, a coger tu bolsa y a marcharte afuera a hacer tu vida, que solo volverĂĄs para mirarme y sonriendo contarme que la vida es bella, que no puedes estar ni cinco minutos en casa, que te esperan »
Silencio, que se atreve a romper el vapor sibilante de una olla de puré de calabaza, mi alimento estos días. Es una olla risueña, una olla clown. Sencilla y perogrullosa me enseña el arte de bailar mientras cuece, ågil y cómplice, docente y divertida. Miro la olla y encuentro en ella el reflejo del sol y de los årboles de la plaza, los que acogen el nido de carolinas que cada mañana me anuncian un nuevo día. La olla y los påjaros dicen «ola» a la vida, insolentes se comen hasta la /h/, no les importa la ortografía, solo ríen y se reflejan melindrosos, pacientes, dejåndose ser.
Silencio, silencio, silencio compartido por tantas historias silenciadas. Las escucho en los ojos de las personas, las leo en sus dorsales curvadas, las miro en su implicaciĂłn frenada, las disgusto en su estar. Me reflejo hoy en ellas, porque hoy me siento asĂ­. Hoy me pesa el monstruo, me coge de los brazos y no me deja trabajar. Se me planta delante y no me deja ver mĂĄs que su oscura y maloliente piel peluda.
Me espero, hoy me espero a hablar con el médico. Me espero a que me diga que el agua baja del cuello, que empezamos a construir, que no hay sonda nasogåstrica a la vista, que te lleve ropa de calle, que te apunte a la vida cotidiana, que firme tu alta, que adiós.
De momento, silencio. Y la compañía de la olla y de los påjaros, ¥oh!
()
Diario, una semana después de que ingresaras
YA NO TIENES UN NOMBRE, ERES «H543210 XX YY ZZ»
Hoy hace una semana que estĂĄbamos las dos esperando en la sala de urgencias, Âżte acuerdas? Anticipamos que Ă­bamos a estar allĂ­ horas —como fue—, asĂ­ que nos llevamos libros de lectura. Yo no tenĂ­a ganas de leer. Observaba la gente, muchos con niños pequeños. Y revivĂ­a la angustia hiperbĂłlica de su madre, cuando tambiĂ©n os llevaba a urgencias pediĂĄtricas de pequeños, con fiebres insistentes de alrededor de 40ÂșC que no cedĂ­an ni con baños templados ni con ningĂșn tipo de friega milagrosa. Ahora, sentada a tu lado, observo la cara de estos padres y madres mĂĄs jĂłvenes que yo, que acarician a su criatura mientras entran y salen de la consulta apurados, que sonrĂ­en aliviados a sus compañeros de banco hasta el momento totalmente desconocidos y que son ahora sus cĂłmplices de angustias.
Lo contemplo, lo acaricio todo con la mirada, lo revivo, lo registro con detalle.
Ahora los niños no miran cuentos, sino que fijan su mirada vidriosa por la fiebre en la pantalla de los mĂłviles de sus mamĂĄs
 y se arremolinan en un regazo lleno de anoracks y bolsas, igual de inmĂłviles que estabais vosotros mientras os contaba alguna historia.
Hace ya una semana de estas vivencias, de esos revivires que me impedían leer. Comentaba contigo cosas para poder vivir mejor la tensa espera. Y recuerdo, recuerdo perfectamente, que un rato también estuvimos riendo juntas, una al lado de la otra, en esos dos asientos de plåstico de aquella salita de urgencias, la del fondo siguiendo la flecha verde del pasillo. Se me olvidó de qué reíamos, solo recuerdo el placer de reír contigo, de sentir esos instantes de ligereza, de dejarse ir.
El resto fue s...

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