ĂNDICE
Aves casi extintas de la cordillera central
RĂȘve Haitien
Los buenos ya estĂĄn pillados
Tigre asiĂĄtico
Bouki y la cocaĂna
La boca del leĂłn
Encuentros fugaces con el Che Guevara
FantasĂa para once dedos
AVES CASI EXTINTAS DE LA CORDILLERA CENTRAL
«Le ofrecà al comandante la oportunidad de pasear conmigo por la Bolsa
y pareció razonablemente intrigado».
RICHARD GRASSO, presidente de la
Bolsa de Valores de Nueva York;
BogotĂĄ, Colombia, 26 de junio de 1999
QuĂ© va, le insistĂa Blair a quien le preguntara, ninguna banda de rebeldes extorsionistas que se preciase iba a querer secuestrarlo a Ă©l. Era paupĂ©rrimo, mĂĄs pobre aĂșn que los campesinos miserables que picaban las montañas y las reducĂan a pilas de escoria muerta; John Blair, graduado, siervo auxiliar y aspirante a doctor cuya idea del dinero era un billete de veinte dĂłlares. En caso de que surgieran problemas llevaba cartas de presentaciĂłn de la Universidad de Duke, el Instituto von Humboldt y el Instituto GeogrĂĄfico de BogotĂĄ, cuyo director era conocido por tener contactos en el Movimiento Unido de Revolucionarios de Colombia, el MURC, que controlaba amplĂsimas zonas de las cordilleras del suroeste. Durante tres semanas Blair atravesarĂa lo que quedaba del bosque nuboso; luego volverĂa a Duke y rascarĂa suficientes becas para pasarse el año siguiente en el departamento de Huila, donde pensaba estudiar los efectos de la fragmentaciĂłn del hĂĄbitat en raras especies locales de periquitos.
PodĂa hacerse; se harĂa; habĂa que hacerlo. Antes incluso de haber publicado a los diecisiete años «Notas de campo sobre la crianza y la dieta del periquito de Tovi» en Auk, una revista cientĂfica, Blair ya era consciente de que probaÂblemente la suya fuera la Ășltima generaciĂłn en ver montones de ejemplares de esa especie en la selva, algo que habĂa alentado una urgencia central en su pasiĂłn infantil âobsesiĂłn, habrĂan dicho los perplejos padresâ por todo tipo de ave. Adelante a toda marcha, pues, y al diablo la polĂtica; pero el caso fue que cerca de PopayĂĄn lo agarrĂł un grupo en ropa de combate, de una eficiencia brutal, que hizo bajar del bus a todos los animales y la gente. Blair se encorvĂł, tratando de mezclarse con los compactos indios, pero un gringo alto y flaco con una mochila enorme no se habrĂa delatado mĂĄs con un turbante en la cabeza.
âTĂș âdijo el comandante con una voz impasibleâ. Te vienes con nosotros.
Blair empezĂł a explicarle que Ă©l era un becario, por lo tanto sin ningĂșn valor en cualquier sentido monetario âhabĂa contado con que su formidable habilidad para las lenguas le permitiera sortear cualquier situaciĂłnâ, pero uno de los rebeldes ya habĂa derramado en el camino el contenido de su mochila, entre otras cosas los cuadernos de notas, los prismĂĄticos Zeiss-Jena y la Leica con el teleobjetivo y zoom de 200. Sus posesiones mĂĄs valiosas; mĂĄs caras que su coche.
âEs un espĂa âanunciĂł el rebelde.
âNo, no âcorrigiĂł educadamente Blairâ. Soy ornitĂłlogo. Estudiante.
âEres un espĂa âafirmĂł el comandante hurgoneando las libretas de Blair con la punta del fusilâ. En nombre del Secretariado quedas detenido.
Como Blair protestĂł, le dieron un tremendo castañazo en el estĂłmago, y en ese momento supo que su vida habĂa cambiado. Lo llamaban la merca, la mercancĂa, y durante los cuatro dĂas siguientes marchĂł a duras penas por las montañas comiendo arepas frĂas con sardinas, aguantando interminables bromas sobre pelotones de fusilamiento, aunque gracias al hĂĄbito de correr doce kilĂłmetros diarios se mantuvo mĂĄs entero que los ejecutivos del petrĂłleo y los ingenieros de minas que los rebeldes solĂan secuestrar. El primer dĂa simplemente agachĂł la cabeza y anduvo, soportando las penurias solo porque tenĂa que hacerlo, pero a medida que la columna se internaba mĂĄs en las montañas empezĂł a afirmarse en Ă©l una sensaciĂłn de posibilidad, una señal demasiado tenue para llamarla idea. Al este la cordillera estaba abrasada y roĂda, en ruinas tras dĂ©cadas de agricultura desesperada. En los pocos, someros restos de selva que subsistĂan, reinaba un silencio inquietante, pero una vez que cruzaron la frontera de la zona controlada por el MURC, la vegetaciĂłn se cerrĂł en torno a ellos con la densidad de una cueva. Por la noche Blair detectaba un continuo de succiĂłn profunda y gorgoteo, el motor del vasto sistema de aguas del bosque; por la mañana lo despertaban los chillidos del guardabosques gritĂłn; luego las bandadas mixtas empezaban su contrapunto de quejidos, cuchicheos y avisos que daban al bosque el sonido de una obra en construcciĂłn. En tres dĂas de camino Blair no dudaba de haber visto catorce de las especies amenazadas de la lista del CITES, asĂ como una Hapalopsittaca extremadamente rara posada en un helecho del tamaño de una minivĂĄn. Estaba pasmado, y se lo dijo al joven comandante, que por un momento le echĂł una mirada amable.
âSĂ âcontestĂłâ. Para la RevoluciĂłn la ecologĂa es importante. Como estudioso âle asomĂł una leve sonrisa, posiblemente irĂłnicaâ tĂș podrĂĄs valorarlo. Y dio un breve discurso sobre el medio ambiente y cĂłmo la firmeza revolucionaria habĂa expulsado de todas las zonas liberadas a las «mafias» multinacionales de la madera y la minerĂa.
Al cuarto dĂa la columna llegĂł al campamento base y entrĂł en el complejo fortificado del MURC andando pesadamente bajo un diluvio. Arrastraron a Blair derecho a la Oficina de Quejas y Reclamos, donde estuvo dos horas sentado en un pasillo hĂșmedo mirando afiches de Lenin y el Che, preguntĂĄndose si los rebeldes planeaban fusilarlo ese dĂa. Cuando por fin lo llevaron al despacho principal, las primeras palabras del comandante Alberto fueron:
âTĂș no tienes pinta de espĂa.
Sobre el escritorio estaban algunas de las pertenencias de Blair: prismĂĄticos, cĂĄmara, mapas y compĂĄs, las libretas con los microscĂłpicos garabatos blairianos. Seis o siete subcomandantes estaban sentados a lo largo de la pared mientras Alberto estudiaba a Blair con la calma del que exhala anillos de humo. ParecĂa un Jerry GarcĂa del Ășltimo perĂodo en ropa de fajina: un hombre fornido con gafas de montura metĂĄlica, bolsas dobles bajo los ojos y una densa mata brillante de pelo grisĂĄceo.
âNo soy espĂa ârespondiĂł Blair a su manera grave y telegrĂĄficaâ. Soy ornitĂłlogo. Estudio aves.
âClaro que si querĂan espiarnos âcontinuĂł Albertoâ no iban a mandar a uno con pinta de espĂa. AsĂ que el hecho de que no parezcas espĂa me hace pensar que eres un espĂa.
Blair lo considerĂł.
âY si pareciese un espĂa, ÂżquĂ©?
âPues pensarĂa que eres espĂa.
Los subcomandantes farfullaron como borrachos revolcĂĄndose en el barro. ÂżEntonces era todo una broma, querĂa saber Blair, o de veras su vida estaba en juego? ÂżO las dos cosas, lo cual significaba que probablemente se volviera loco?
âSoy ornitĂłlogo âdijo, con un leve jadeoâ. No sĂ© cĂłmo mĂĄs decĂrselo, pero es verdad. Vine a estudiar los pĂĄjaros.
Alberto torciĂł las mandĂbulas; mascĂł como si estuviera tratando de comerse la lengua.
â...