Estereotipos interculturales germano-españoles
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Estereotipos interculturales germano-españoles

Autores Varios, Isabel Gutiérrez Koester, Isabel Gutiérrez Koester

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Estereotipos interculturales germano-españoles

Autores Varios, Isabel Gutiérrez Koester, Isabel Gutiérrez Koester

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Desde un punto de vista intercultural, la construcción y la transmisión de estereotipos constituyen un fascinante proceso de acercamiento y distanciamiento entre culturas y países. Los orígenes literarios de este proceso surgidos a lo largo de la historia de las relaciones entre España y los países de habla alemana son los campos temåticos que han guiado la elaboración de este libro.

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ESTEREOTIPOS SUASORIOS Y EXÓTICOS ESPAÑOLES EN RILKE, KERR Y FEUCHTWANGER

Manuel Montesinos Caperos
Universidad de Salamanca
En nuestro artículo vamos a comentar y analizar dos de los estereotipos españoles que se vislumbran en algunas de las obras de tres autores en lengua alemana que visitaron nuestro país en el primer tercio del siglo XX y que, en parte, les motivaron a viajar a y por España: Rainer Maria Rilke, Alfred Kerr y Lion Feuchtwanger. Esos dos estereotipos, sin lugar a dudas muy característicos de la historia de España, son la pintura y las corridas de toros.
No podemos silenciar que el exotismo y una fascinación estética por lo extraño como confrontación a las culturas y civilizaciones europeas han provocado, hasta cierto punto, una serie de viajes de autores alemanes por países y continentes alejados de nuestro entorno, y cuya lista es lo suficientemente larga como para no ser detallada en esta intervención (ver al respecto Reif, 1989: 434-462). Quizå el viaje que mås impacto ocasionó en la literatura fuese, sin temor a equivocarnos, el realizado por Goethe a Italia entre 1786 y 1788, que quedó reflejado en su conocido libro Viaje a Italia y que tantas imitaciones ha suscitado en la historia de la literatura universal.
Se puede decir que estos tres escritores llevaron a cabo sus viajes a España atraídos en un primer momento por la persuasión que en ellos causó, fundamentalmente, la pintura española.
Rilke inicia su viaje a España atraĂ­do por su pintura, como demuestran en sus trabajos de investigaciĂłn tanto Jaime Ferreiro Alemparte como Feliciano PĂ©rez Varas. Si nos atenemos a lo que nos dice el propio Rilke en sus memorias y en su correspondencia, fueron el Greco y VelĂĄzquez los que desde sus años de juventud le indujeron a visitar la pinacoteca española mĂĄs conocida: el Museo del Prado. En su ensayo, PĂ©rez Varas afirma que «la España asumida y recreada por Rilke (...) es siempre una España que se encuentra, cifrada, expresamente en nuestra pintura» (PĂ©rez Varas, 2000: 59). La contemplaciĂłn de esa pintura española, que Rilke ha visto en obras y en ensayos sobre el arte pictĂłrico español y en la Alte Pinakothek de MĂșnich, se convierte para Ă©l en anhelo por visitar nuestro paĂ­s, sobre todo Madrid, sede del Museo del Prado, y Toledo, lugar de residencia y de trabajo de el Greco.
Uno de los poemas que escribe el joven Rilke en el año 1895, cuando acaba de terminar su bachillerato y tan sólo cuenta con veinte años, lleva por título el nombre de uno de los grandes pintores españoles, Velåzquez:
Das schöne Spanien dÀucht mich wohl das Land wo
die Kunst sich ihre Obmacht durfte wahren,
selbst als sie vor dem Sturm von dreißig Jahren
allĂŒberall an des Verderbens Rand floh.
Da just erstand der <Hofnarr von Lepanto>
im Kriegsgewand – ein Spott fĂŒr die Barbaren –
und die Madonna mit den Engelscharen. –
Hat jemals eines hehren KĂŒnstlers Hand so
die Wahrheit mit der Schönheit zu versöhnen
verstanden? – Ja, es scheint die Farben kĂŒrten
sich jubelnd zu den lebensvollen Tönen.
Die andern, die bei Hof den Pinsel fĂŒhrten,
sie malten alles wohl nach Gunst und Haß stets,
doch groß und wahr blieb einer nun: Velasquez
(Rilke, 1959: 506 y ss.).
(La hermosa España me parece ciertamente el país donde
al arte le fue dado mantener su hegemonĂ­a,
incluso cuando en la tormenta de los treinta años
huĂ­a por todas partes al borde de la ruina.
Entonces justamente surgió el «bufón de Lepanto»
en manto de guerra –una mofa para los bárbaros–
y la Virgen rodeada de coros angélicos.
ÂżCuĂĄndo ha sabido jamĂĄs la mano de un artista augusto
conciliar asĂ­ la verdad con la belleza? Pues parece
como si los colores trataran de elegirse jubilosos
en busca de tonalidades rebosantes de vida.
Los otros que llevaban su pincel por la corte
ciertamente pintaban todo segĂșn el favor o el odio;
pero grande y verdadero permaneciĂł tan sĂłlo uno: VelĂĄzquez).
[TraducciĂłn citada segĂșn Ferreiro Alemparte, 1966: 25 y ss.]
En la primera estrofa de este soneto ensalza Rilke España como el Ășnico paĂ­s de los contendientes en la Guerra de los Treinta Años que, a pesar de su decadencia y pĂ©rdida de poder, habĂ­a sabido, sin embargo, mantener la hegemonĂ­a en el arte.
En la segunda estrofa se refiere el poeta austrĂ­aco a uno de los cuadros de VelĂĄzquez que años mĂĄs tarde contemplarĂ­a en el Museo del Prado, El BufĂłn llamado Don Juan de Austria. Pero cuando se compara esta obra pictĂłrica con lo escrito por Rilke, enseguida observamos algo incierto que nos puede llamar la atenciĂłn, ya que el bufĂłn velazqueño no estĂĄ vestido con la armadura, como escribe el poeta austrĂ­aco, sino con traje de corte, mientras que aquella se encuentra desperdigada por el suelo. A su vez, el otro cuadro aludido en la segunda estrofa del soneto rilkeano es una de las tres madonas que pintĂł VelĂĄzquez, concretamente la CoronaciĂłn de la Virgen, pues Ă©sta es la Ășnica madona velazqueña «en la que aparecen ĂĄngeles: dos puttos y tres cabezas angĂ©licas aladas, formando un semicĂ­rculo a los pies de MarĂ­a» (PĂ©rez Varas, 2000: 65).
El segundo pintor español que suadiĂł a Rilke, mucho mĂĄs que VelĂĄzquez si cabe, fue el Greco. Sin lugar a dudas, Ă©ste fue el pintor español preferido del poeta austrĂ­aco, hasta tal punto que preparĂł muy concienzudamente el viaje a España que iniciĂł a finales de octubre de 1912, de tal forma que llegĂł a Toledo intencionadamente el 2 de noviembre para hacer coincidir su llegada con la festividad de los Fieles Difuntos (ver Ferreiro Alemparte, 1966: 48). El cuadro grequiano que mĂĄs le habĂ­a influido para llevar a cabo este viaje a España fue Vista de Toledo, cuadro que hoy se encuentra en el Museo Metropolitano de Nueva York. SegĂșn Ferreiro Alemparte (1966: 119), durante su estancia en esta bella ciudad castellana, que abarca desde la fecha ya mencionada hasta el 30 de noviembre de ese mismo año, Rilke no compuso prĂĄcticamente nada, tan sĂłlo se dedicĂł a la lectura de Cervantes, a pasear por la ciudad y sus alrededores y a contemplar el paisaje y la villa toledana con sus puentes, puertas, iglesias y sinagogas. Pero ya que nos estamos refiriendo a la pintura, existen unos hermosos versos que compuso en ParĂ­s a su vuelta de España y que estĂĄn incluidos en su poema San CristĂłbal:
(...)
So trat er tĂ€glich durch den vollen Fluß –
Ahnherr der BrĂŒcken, welche steinern schreiten, –
und war erfahren auf den beiden Seiten
und fĂŒhlte jeden, der hinĂŒber muß.
(Rilke, 1956: 59)
(...)
Entraba pues a diario por el río lleno–
antepasado de los puentes, que pĂ©treos imitan sus pasos–
y estaba experimentado en ambas orillas,
y sentĂ­a al que necesitaba pasar al otro lado).
(Rilke, 1999: 336)
Estos cuatro versos parecen estar relacionados con el cuadro de San CristĂłbal que varias veces a lo largo de su estancia en Toledo contemplĂł Rilke en la iglesia de Santa MarĂ­a; y en esos versos hace una velada alusiĂłn a los puentes y al paisaje rocoso toledanos, que tanto impresionaron al poeta austrĂ­aco.
El tercer pintor que tambiĂ©n indujo a Rilke a visitar España fue Ignacio Zuloaga, a quien conociĂł personalmente el 25 de abril de 1906 en ParĂ­s,1 segĂșn se desprende de la correspondencia del poeta. En una carta dirigida a su exmujer, Clara Rilke, y que tiene la fecha del 26 de abril de ese mismo año:
Ayer fui al bautizo del hijo de Zuloaga. Yo no tuve tiempo de ir a la iglesia, pero despuĂ©s pasĂ© un rato en su nuevo estudio de Montmartre, junto con unas 30 o 40 personas completamente desconocidas para mĂ­ (...). Se cantĂł y bailĂł. Una española cuya esencia era cantar, interpretĂł muy bien, con ritmo de sangre española, Carmen y coplas españolas: una gitana con su tĂ­pico mantĂłn policromado sobre fondo negro bailĂł danzas españolas. Hubo bastante ambiente en el estudio, de tamaño medianamente grande, donde se agolpaba la gente (pero la goyesca bailarina, estrechamente rodeada de espectadores, tenĂ­a mucho mĂĄs). Zuloaga estuvo muy condescendiente, con su señorĂ­a y su resplandeciente sonrisa (citado segĂșn Ferreiro Alemparte, 1966: 33).
En estas líneas epistolares, cualquier lector perspicaz sabrå descubrir enseguida otros estereotipos españoles como la mítica figura de Carmen o el baile flamenco, protagonizado en esta ocasión por una «goyesca» bailarina.
Esa visita al estudio de Zuloaga permitió al poeta austríaco contemplar otros cuadros del pintor español, y entre ellos debían de encontrarse algunos en los que Zuloaga pintó a bailarinas y gitanas. Y esa contemplación pictórica y la propia vivencia del poeta en el estudio del pintor le llevaron a componer otro bello poema, datado en junio de 1906, y que tiene un título explícito: La bailarina española:
Spanische TĂ€nzerin
Wie in der Hand ein SchwefelzĂŒndholz, weiß,
eh es zur Flamme kommt, nach allen Seiten
zuckende Zungen streckt –: beginnt im Kreis
naher Beschauer hastig, hell und heiß
ihr runder Tanz sich zuckend auszubreiten.
Und plötzlich ist er Flamme, ganz und gar.
Mit einem Blick entzĂŒndet sie ihr Haar
und dreht auf einmal mit gewagter Kunst
ihr ganzes Kleid in diese Feuersbrunst,
aus welcher sich, wie Schlangen die erschrecken,
die nackten Arme wach und klappernd strecken.
Und dann: als wĂŒrde ihr das Feuer knapp,
nimmt sie es ganz zusamm und wirft es ab
sehr herrisch, mit hochmĂŒtiger GebĂ€rde
und schaut: da liegt es rasend auf der Erde
und flammt noch immer und ergiebt sich nicht –.
Doch sieghaft, sicher und mit einem sĂŒĂŸen
grĂŒĂŸenden LĂ€chlen hebt sie ihr Gesicht
und stampft es aus mit kleinen festen FĂŒĂŸen.
(Rilke, 1955: 531 y ss.)
(Bailarina española
Como en la mano una cerilla, blanca
antes de ser llama, extiende por todos lados
estremecidas lenguas, asĂ­ empieza, en un cĂ­rculo
cercano de espectadores a ensanchar...

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