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La palabrera
MarĂa Eliana Carrasco Linford
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- 222 pages
- Spanish
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La palabrera
MarĂa Eliana Carrasco Linford
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Ă propos de ce livre
La Palabrera es la historia de un pueblo y sus habitantes que se ven enfrentados a lo que podrĂa entenderse como un acontecimiento: la irrupciĂłn de lo inesperado en un mundo que parecĂa acabado; la evidencia de una transformaciĂłn que llega con sus oportunidades de cambio, sus premoniciones y la necesidad de descifrarlas. Aquel paraje llamado Entre Voces, alejado de la civilizaciĂłn, rodeado por dos montañas y un volcĂĄn, un dĂa se despierta con la noticia de que Ismenia, la muda del pueblo (y quien es una de las hijas de su fundador), puede hablar.
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Informations
Année
2021ISBN
9789587603378
Sujet
LiteraturaSous-sujet
Literatura sudamericanaLa palabrera
Doña Rosario durmiĂł mal aquella noche y, cuando logrĂł conciliar el sueño, los ronquidos de don Jacinto volvieron a despertarla. Su marido, tendido allĂ a su lado, no parecĂa percibir el aire afiebrado y el silbido monocorde de los grillos. Hasta las palomas que anidaban en el tejado se escuchaban inquietas y su ronroneo se sumaba al ruido de los arañazos que producĂan al zapatear sobre las tejas calientes.
Pero doña Rosario, acostumbrada a los calores del verano, no supo a qué atribuir el extraño nerviosismo que la embargaba.
Sin hacer ruido se acercĂł a la ventana; nunca habĂa dejado de admirar la belleza de los abetos de la plaza, esos ĂĄrboles que su padre hizo plantar y que ella vio desde niña. La luz de la luna se filtraba por los resquicios de las ramas. El cielo, excesivamente estrellado, presagiaba otro dĂa de calor agobiante.
Los generosos pechos de doña Rosario estaban mojados de sudor y el camisĂłn de lienzo le pareciĂł mĂĄs grueso que otras veces. Lo dejĂł resbalar hasta los pies y frotĂł todo su cuerpo con una esponja empapada en agua y vinagre de manzanas que habĂa tenido la precauciĂłn de dejar en el lavatorio de porcelana. La antigua receta aliviaba la fiebre y destapaba los poros. Detuvo la esponja en su frente y luego regresĂł a la cama.
DespertĂł con los sonidos habituales de la casa. Desde la cocina subĂan el aroma del cafĂ© reciĂ©n colado y las voces de Carmela y Esther que preparaban el desayuno.
Jacinto, bajo la ducha, tarareaba la misma canciĂłn añeja de todos los dĂas.
El crujido de los peldaños terminĂł con la modorra que aĂșn tenĂa pegada a sus pĂĄrpados hinchados por la mala noche.
Margarita y GermĂĄn parecĂan estar muy alegres: ese dĂa finalizaban las clases e iniciaban unas largas vacaciones de verano.
A pesar de su robusta apariencia, doña Rosario se deslizaba ĂĄgil por el pasillo del segundo piso. HabĂa heredado ese viejo caserĂłn a la muerte de sus padres. TambiĂ©n heredĂł a Carmela, quien fue contratada para todo servicio, y a los pocos meses dio a luz a Esther, debido a un inexplicable descuido, segĂșn doña Rosario, y a un increĂble milagro, segĂșn dijo la misma Carmela.
EscuchĂł un murmullo en el cuarto de su hermana. Se detuvo intrigada y aguzĂł el oĂdo: el ruido continuaba invariable.
Entonces abriĂł la puerta. AhĂ estaba Ismenia de pie frente a la ventana, vestida aĂșn con su larga camisa de noche y el pelo blanco recogido en la nuca. Con sus dedos frotaba suavemente sus mejillas, la mirada celeste se le perdĂa en la nada y movĂa los labios, lenta y acompasadamente, mientras salĂan de su boca sonidos parecidos a una letanĂa.
Doña Rosario, con los ojos abiertos, quedó largo rato observåndola sin lograr entender lo que estaba sucediendo.
De pronto Ismenia se dio vuelta hacia ella. Sus ojos sonreĂan, tranquilos.
â Cambio. Tiempo. Basta. Pueblo.
Las palabras salieron lentas, nĂtidas y bien pronunciadas.
Doña Rosario quedó petrificada en el umbral de la puerta. Pasaron algunos segundos antes de que pudiera reaccionar.
â Ismenia, querida⊠EstĂĄs hablandoâŠ
Doña Ismenia sonriĂł dulcemente y volviĂł a mirar por la ventana. AhĂ se quedĂł contemplando los cerros, como siempre, como todos los dĂas.
Doña Rosario corriĂł a llamar a la familia. Todos se encontraban desayunando en la cocina. Carmela servĂa las tostadas humeantes mientras Esther llenaba las tazas.
â ÂĄIsmenia estĂĄ hablando! âexclamĂł doña Rosario, agitando nerviosa los brazosâ. ÂĄIsmenia estĂĄ hablando!
Esther derramĂł el cafĂ© sobre el mantel. No era propio de doña Rosario este nerviosismo; ella siempre mantenĂa la calma hasta en los peores momentos.
â Imposible âdijo don Jacintoâ. Ella naciĂł muda y morirĂĄ muda. Los mĂ©dicos lo aseguraron y no hay vuelta que darle.
Margarita mirĂł la palidez de su madre.
â ÂĄSubamos! âexclamĂł, levantĂĄndose de su asiento.
Formaron un cĂrculo alrededor de tĂa Ismenia. Se veĂa tan tranquila como siempre.
â Calma. Confianza. Espera. Esperanza.
Carmela y Ester intentaron correr despavoridas escaleras abajo.
â ÂĄAlto! âgritĂł doña Rosario tomando nuevamente el controlâ. ÂĄDe aquĂ no se mueve nadie! Llamaremos al mĂ©dico. Ustedes âdijo señalando a Carmela y Estherâ, a sus obligaciones y con la boca cerrada.
Ismenia continuĂł inmutable pronunciando palabras:
â Amanecer. Rebelar. Comprender. Aceptar.
â Seguramente tuvo pesadillas âdijo don Jacinto.
â Las pesadillas no van a devolverle el habla âdoña Rosario estaba molesta.
â Puede estar hipnotizada âdijo GermĂĄn.
â En lugar de decir tonterĂas, ve en busca del doctor.
Doña Rosario puso un chal sobre los hombros de su hermana.
â Sea lo que sea, tĂa âdijo Margaritaâ, me alegro mucho. De verdad me alegro mucho.
Don Jacinto GonzĂĄlez terminĂł de abrochar su chaqueta negra, se acercĂł a su mujer y se despidiĂł con el mismo beso insĂpido de todos los dĂas. No era un hombre que abandonara sus obligaciones por cualquier cosa y la puntualidad era una de sus mĂĄs preciadas virtudes. Dio una ojeada a su reloj de bolsillo y bajĂł las escaleras.
Doña Rosario siguiĂł observando a su hermana que, desde pequeña, se habĂa dado a entender por medio de dibujos. ComenzĂł con trazos dĂ©biles y despuĂ©s de un tiempo logrĂł hacerlo en forma rĂĄpida y segura. AsĂ, Ismenia obtenĂa lo que deseaba con mucha mĂĄs fuerza que si lo hubiese pedido en forma oral.
Cuando don Romualdo Romero donĂł el terreno para construir la iglesia, los dibujos de Ismenia se llenaron de colorido.
â Parece que la noticia la alegrĂł âhabĂa dicho doña Milagrosâ. Nunca la vi pintar asĂ.
Guiados por el entusiasmo del padre Rojas, el pueblo de Entre Voces logró reunir los fondos necesarios para construir la capilla. Ismenia, sentada en uno de los escaños de la plaza, miraba cómo se levantaba el templo. Don Romuald...