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Sentir y pensar
Rosario de Acuña
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- Spanish
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Sentir y pensar
Rosario de Acuña
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Ă propos de ce livre
Se trata de una recopilaciĂłn de textos de Rosario de Acuña. ReĂșne la dedicatoria «Sentir y pensar» que la autora redactĂł en 1884 tras la muerte de su padre, al que estaba muy unida, asĂ como varios poemas: «DecoraciĂłn», «El autor», «La dama de carĂĄcter», «Entre bastidores» o «Juicio del pĂșblico».-
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Informations
Sujet
LiteraturaSous-sujet
PoesĂaEN EL CUARTO DEL BARBA
En CĂłrdoba, la ciudad
rica en artes y en recuerdos,
en una estancia pequeña
de un palacio solariego,
que se mira sin escudo,
por mĂĄs que debiĂł tenerlo,
rara estancia que se adorna
con muebles en parte nuevos,
y en parte de medio siglo,
sobre un sillĂłn algo recio
teniendo en frente una imagen
de cera, de corcho o fresno,
que no se ve de lo que es
con el barniz sobrepuesto,
cuya imagen, encerrada
en un fanal verdinegro,
se levanta en una mesa
que estĂĄ algo coja del tiempo,
y que sirve, a mĂĄs de altar,
de estante de libros viejos,
sobre el sillĂłn recostado,
y en la negra sombra envuelto
de una pantalla, inclinada
sobre un quinqué que, de lleno,
ilumina de Fernando
el rostro tostado y serio,
se ve un señor, sin edad
porque la oculta su ceño,
y que, a la sombra mirado,
se parece desde luego
a Fernando, con lo cual
por su padre le tendremos.â
«¿Y te costó convencerla?»
«No mucho, padre, yo creo
que algo hay cierto en lo que dicen.»
«¿Y ahora sales con que es cierto?»
â Dijo el trasunto retrato
de aquel gallardo mancebo.â
«Mucho he sentido tener
que hablarte, Fernando, de ello,
pero hijo, piensa y verĂĄs
que es tu porvenir primero;
aunque sé que desde niño
ese amor viviĂł en tu pecho,
nunca he querido aludir
a que era fuerza romperlo;
ella lista, apasionada,
tĂș niño audaz e inexpertoâŠ
Era preciso dejarte
al amor, como maestro;
pero llegado a esa edad
en que manda el pensamiento,
fue necesario correr
de las ficciones el velo:
su cabeza no estĂĄ buena,
tĂș mismo, sin yo saberlo,
ya lo venĂas pensando;
no digo, ni mucho menos,
que virtud le falte, no,
pero tĂș ya ves, sin seso
no se ve mujer honrada
y, ademĂĄs, medita, buenoâŠ
Si fuera acaso marquesa
o millonaria, a lo menosâŠ
poniĂ©ndola en cura⊠vamosâŠ
pero ya ves, ni aun en esto
se pueden hallar razones
para enlazaros; yo creo
que pienso muy bien y soy
para ti, cual debo serlo.»
âAquesto su padre dijo,
y el hijo siguiĂł diciendo:â
«Lo que dices es verdad,
pero ÂĄcuĂĄndo tanto tiempo
se quiso!... ÂĄen fin!... sobre todo
que ya no tiene remedio;
esta mañana le hablé
como me dijiste, y creo
que, si ahora sentimos ambos
la separaciĂłn, el tiempo,
que siempre se lleva todo,
se llevarĂĄ el sentimiento,
y mucho mĂĄs cuando miro,
aunque la razĂłn no acierto,
que, esa MarĂa levanta
a extraña región su vuelo.»
âTosiĂł aquĂ el padre sin duda
por querer hablar muy presto.â
«¿Qué mujer has visto, di,
con tan pocos miramientos,
que acuda siempre a las citas
que le das, pues yo comprendo
que, antes de mirarte novio,
te mira cual hombre, y creo
que, si contigo hizo asĂ,
con otro hiciera lo mesmo?...
Con que, hablemos de otra cosa;
¿cómo siguen los terneros?»
«Tan gordos, padre.» â«¿Y las yeguas?»
«Mudando todas el pelo.»
«Tengo que ir a verlas: dime
y ¿encontrose el burro negro?»
«AsĂ que dejĂ© a MarĂa
busquĂ© a MartĂn el cabrero,
y con él estaba el burro.»
«Buena noticia, me alegro»
âEn esta forma y manera
hablaron por largo tiempo
hasta que un reloj, de cuco,
de tanto andar descompuesto,
se puso a contar las once
y se parĂł sin hacerlo;
abriose la puerta a poco,
y, con sendo candelero
de reluciente metal,
entro una dama de tiempo:â
«Que ya estĂĄ la cena,» âdijoâ
«Madre, esta noche no ceno.»
«Yo sĂ, mujer,» âreplicĂł
el padre. â «que ganas tengo
de probar la miel de caña
que ayer se compró al manchego.»
âLa mujer dejĂł la luz
sobre la mesa; salieron,
primero el padre, después
el hijo. â«Madre, Âżte espero?»
âLe dijo en la puerta. â«No;
no me esperes, que me quedo
a encender la lamparilla
a Santa Rita; voy presto»
â(Santa Rita era sin duda
la del fanal verdinegro).
Esto sucediĂł en la noche
en que el abismo tremendo
en sus antros recibiĂł
aquel acabado cuerpo,
donde el alma de MarĂa
hallĂł en el...