Las Confesiones
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Las Confesiones

AgustĂ­n santo obispo de Hipona

  1. 488 pages
  2. Spanish
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Las Confesiones

AgustĂ­n santo obispo de Hipona

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Esta obra recoge Las Confesiones de san Agustín, consideradas por lectores y estudiosos como uno de los clåsicos mås importantes de la espiritualidad occidental desde su publicación hasta nuestros días. En ellas han visto un exponente autorizado, fidedigno, del modo como los cristianos de cultura principalmente mediterrånea y, luego, centroeuropea han entendido y llevado a la pråctica la repercusión de su credo en la vida. Las Confesiones, en concreto tres, constituyen un diålogo con Dios, cu ya misericordia, providencia y esplendidez reconoce, confiesa y alaba Agustín. Son también un testimonio simultåneamente personal, apostólico y doctrinal dirigido a los fieles de la Iglesia católica.

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Informations

Année
2012
ISBN
9788428563536

LIBRO X

CapĂ­tulo 1
[1] ÂĄOh Dios que todo lo sabes! Haz que yo te conozca como tĂș me conoces a mĂ­. ÂĄOh fuerza de mi alma! Penetra en ella y adĂĄptala a ti para que la poseas sin mancha ni arruga.
Esta es mi esperanza y por eso hablo; en ella me gozo cuando mi gozo es sano. Las demĂĄs cosas de esta vida son tanto menos dignas de ser lloradas cuanto mĂĄs se las suele llorar, y tanto mĂĄs dignas de llorarse cuanto menos se llora por ellas.
Mas he aquĂ­ que amaste la verdad (Sal 50,8), y quien obra segĂșn ella viene a la luz. Yo quiero obrarla en mi corazĂłn y en tu presencia con una confesiĂłn muy Ă­ntima, pero quiero tambiĂ©n hacerla por escrito delante de muchos testigos.
CapĂ­tulo 2
[2] ÂżQuĂ© podrĂ­a yo tener que te fuera oculto, Señor, a ti ante cuya mirada estĂĄn desnudos y patentes los abismos de la conciencia humana? Aunque yo no quisiera confesarlo tĂș lo sabrĂ­as. Si pensara en esconderme de ti, tĂș quedarĂ­as oculto para mĂ­, pero no yo para ti. Pero ahora, cuando mis gemidos dan testimonio de lo desagradable que soy para mĂ­ mismo, tĂș resplandeces y me agradas y yo te amo y te deseo. Me avergĂŒenzo de mĂ­ mismo y me rechazo para escogerte a ti y no agradar ni a ti ni a mĂ­ sino por ti.
En tu presencia pues, Señor, me manifiesto tal y como soy; y los frutos de esta confesiĂłn ya los he dicho. Porque esta confesiĂłn no la hago con las voces y las palabras de la carne sino con las voces del alma y los clamores del pensamiento que tu oĂ­do percibe. Cuando soy malo, mi confesiĂłn ante ti consiste en el desagrado que a mĂ­ mismo me causo, y cuando soy bueno, mi confesiĂłn estĂĄ en no atribuirme a mĂ­ mismo la piedad; porque tĂș, Señor, bendices al justo, pero sĂłlo despuĂ©s de haberlo justificado del pecado que tenĂ­a.
Entonces, Señor, la confesión que hago en tu presencia es al mismo tiempo silenciosa y no silenciosa, pues mientras cesa el sonido clama el corazón. Nada de bueno les digo a los hombres que no me hayas dicho antes.
CapĂ­tulo 3
[3] ¿Qué me importan los hombres y qué interés puedo tener en que oigan mis confesiones como si fueran ellos los que me pueden sanar? Porque la gente suele ser curiosa por conocer las vidas ajenas y desidiosa para corregir la suya propia. ¿Para qué quieren que les diga quién soy los que no quieren oír de ti quiénes son ellos? Y, ¿cómo sabrån que digo la verdad cuando hablo de mí mismo, si nadie sabe lo que pasa en el hombre sino el espíritu del hombre que en él estå? (1Cor 2,11). En cambio, si de tus labios oyen quiénes son, no podrån decir que mientes. Ahora bien: el conocimiento de sí mismo viene de tu voz, que le dice al hombre quién es. Y nadie puede sin mentira conocerse y decir que es falso lo que de sí conoció.
Pero como la caridad todo lo cree (1Cor 13,7), cuando menos en aquellos que por ella se sienten ligados, yo también me confieso a ti de modo que me oigan los hombres a quienes no puedo demostrar que mi confesión es verdadera. Me creerån cuando menos los que tengan abiertos a mí los oídos por la caridad.
[4] Con todo, Señor mĂ­o y mĂ©dico de mis intimidades, hazme ver claro cuĂĄl puede ser el fruto de este empeño mĂ­o. Pues el relato de estos pretĂ©ritos pecados mĂ­os que tĂș ya perdonaste cambiando mi alma por la fe y con tu sacramento y haciĂ©ndola feliz en ti, si llega a ser conocido excitarĂĄ los corazones para que no sigan dormidos en la desesperaciĂłn diciendo: «¥No puedo!», sino que se despierte en ellos el amor por tu misericordia y la dulzura de tu gracia; ella fortalece a los dĂ©biles haciendo que tomen conciencia de su propia debilidad.
Por otra parte, las almas buenas se deleitan oyendo hablar de los pecados que otros ya dominaron, y lo que les gusta en ellos no son los males que hubo, sino los males que ya no hay.
Dime pues, Señor mío, a quien diariamente se confiesa mi conciencia, mås segura en la esperanza de tu misericordia que de su propia inocencia, dime pues qué utilidad van a sacar de mis confesiones los que lean este libro cuando vean que digo no solamente lo que fui sino también lo que soy ahora que las escribo. La utilidad de confesar lo que fui ya la he comprendido y ya la he dicho.
Pero muchos que me conocieron o que no me conocen pero algo han oído decir acerca de mí quieren saber cómo soy ahora. No pueden aplicar su oído a mi corazón, en cuya mås honda intimidad soy lo que soy, por eso quieren que yo confiese quién soy por dentro, donde ni el ojo ni el oído ni la mente pueden penetrar. Estån dispuestos a creerme lo que les digo; pero, ¿podrån entenderlo? La caridad que tienen y que los hace buenos les dice que no les miento, y es su caridad la que me cree en ellos.
CapĂ­tulo 4
[5] Pero, ÂżquĂ© provecho piensan sacar de esta pretensiĂłn? Acaso piensan en felicitarme porque con tu gracia me he acercado a ti; o quizĂĄs te rogarĂĄn que me socorras viendo cĂłmo me retarda todavĂ­a mi propio peso. En cualquier caso, todo lo voy a decir, porque no serĂĄ poco el fruto si muchos te bendicen por lo que has hecho conmigo, o que muchos te rueguen por mĂ­. Que mis hermanos amen en mĂ­ lo que nos mandas amar y que se duelan por mĂ­ en lo que tĂș nos dices que nos debe doler. Haga esto el espĂ­ritu de fraternidad, no el de extranjerĂ­a; no los hijos de los extraños cuya boca habla vanidades y cuya diestra es mano de iniquidad (Sal 143,8). HĂĄgalo aquel espĂ­ritu verdaderamente fraterno que cuando aprueba algo en mĂ­ se goza conmigo y cuando algo me tiene que reprobar se duele conmigo, y esto porque en la aprobaciĂłn y en la desaprobaciĂłn me mira con amor.
Es a esta clase de hermanos a quienes me voy a abrir, para que respiren por mis bienes y suspiren de mis males. Lo que tengo de bueno tuyo es, tĂș me lo diste y en mĂ­ lo depositaste; lo que tengo de malo es todo mĂ­o, es mi culpa y los castigos de tu justicia. Respiren pues de lo uno y suspiren por lo otro. Y que en tu presencia se levanten como incienso los himnos y los suspiros desde el incensario que son los corazones de mis hermanos.
Y tĂș, Señor, deleitĂĄndote en la fragancia de tu templo santo, apiĂĄdate de mĂ­ segĂșn tu misericordia (Sal 50,3) por el honor de tu nombre, y sin abandonar lo que en mĂ­ tienes comenzado lleva a consumaciĂłn lo que aĂșn tengo de imperfecto.
[6] Este serĂĄ el fruto de mis Confesiones. Mostrar no ya lo que fui sino lo que ya soy. Conviene que todo esto lo confiese no sĂłlo en tu presencia con una secreta exultaciĂłn mezclada de un temor y una esperanza igualmente secreta, sino tambiĂ©n ante los hijos de los hombres que participan conmigo en la misma fe y son mis amigos tanto en la alegrĂ­a como en la mortalidad; conciudadanos mĂ­os que peregrinan conmigo, unos antes que yo y otros despuĂ©s, pero todos ellos compañeros mĂ­os de camino en mi viaje terrenal. Estos son tus siervos, hermanos mĂ­os a quienes tĂș quisiste hacer hijos tuyos y señores mĂ­os y a quienes me has mandado servir si es que quiero vivir contigo y de ti.
Pero no serĂ­a suficiente si tu Verbo me lo mandara de palabra sin precederme con el ejemplo. Y lo mandado lo hago yo con palabras y acciones bajo la sombra de tus alas; pero el peligro serĂ­a grande si mi alma no estuviera bajo tus alas y sujeta a ti, que tan bien conoces mi flaqueza.
Soy un pequeñuelo, pero tengo un Padre siempre vivo y un tutor cabalmente digno de confianza: tĂș mismo, que me engendraste y me defiendes. TĂș, mi Dios omnipotente, eres todo mi bien; tĂș, que estĂĄs conmigo desde antes de que yo estuviera contigo.
A esos hermanos mĂ­os a quienes me mandas servir voy a declararles no ya lo que fui, sino lo que ya he llegado a ser y aĂșn soy. Pero no quiero juzgarme a mĂ­ mismo. Sea, pues, escuchado asĂ­.
CapĂ­tulo 5
[7] El que me juzga, Señor, eres tĂș; pues aun cuando nadie sabe lo que hay en el hombre sino el espĂ­ritu del hombre que en Ă©l estĂĄ (1Cor 2,11), algo hay siempre en el hombre que ni su propio espĂ­ritu conoce; pero tĂș lo creaste y por eso sabes todo lo que hay en Ă©l. Y yo, que en tu presencia me desprecio y me tengo como polvo y ceniza, sĂ© de ti algo que no sĂ© de mĂ­ mismo. Ciertamente ahora no te vemos cara a cara, sino como en un espejo y a travĂ©s de un enigma (1Cor 13,12), y por eso mientras sea peregrino en este mundo estarĂ© siempre mĂĄs cerca de mĂ­ que de ti. Con todo, sĂ© muy bien que eres absolutamente inviolable, mientras que yo de mĂ­ mismo no...

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Hipona, AgustĂ­n santo obispo. (2012) 2012. Las Confesiones. 1st ed. Editorial San Pablo. https://www.perlego.com/book/3257837/las-confesiones-pdf.

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Hipona, A. santo obispo (2012) Las Confesiones. 1st edn. Editorial San Pablo. Available at: https://www.perlego.com/book/3257837/las-confesiones-pdf (Accessed: 15 October 2022).

MLA 7 Citation

Hipona, AgustĂ­n santo obispo. Las Confesiones. 1st ed. Editorial San Pablo, 2012. Web. 15 Oct. 2022.