SEGUNDA PARTE
Rey de reyes
1961-1963
4
Si encontraba tus palabras, las devoraba.
JeremĂas 15, 16
CorrĂa 1961 y yo tenĂa siete años cuando mamĂĄ dijo que querĂa volver a casa. Su casa era Ohio porque allĂ era donde tenĂa sus raĂces.
âLas raĂces son la parte mĂĄs importante de una planta âdecĂa papĂĄâ. Una planta se alimenta por las raĂces, y son las raĂces las que sostienen una planta cuando todo lo demĂĄs acaba arrasado. Sin raĂces, estĂĄs a merced del viento.
HabĂa pasado tiempo suficiente para que nuestros padres perdonasen al estado del castaño de Indias.
Ăbamos todos apretujados en nuestra Rambler color helecho que tiraba de un pequeño remolque de plataforma. La cola de mapache ondeaba hacia atrĂĄs, y mamĂĄ y papĂĄ se turnaban para conducir. Por la noche, mamĂĄ se ponĂa al volante. Yo contaba sus bostezos hasta que papĂĄ le indicaba que saliese de la carretera y parase en el bosque, señalando un par de ĂĄrboles del caucho.
Una vez que mamĂĄ apagaba el motor, papĂĄ se bajaba acompañado de un tarro de licor casero. Iba a buscar mĂĄs plantas en el bosque, aunque ya tenĂamos ramos de distintas hierbas secĂĄndose en varios puntos del coche, como detrĂĄs de los asientos y en los marcos de las ventanillas.
DespuĂ©s del aprovisionamiento nocturno, sabĂa que papĂĄ se harĂa la cama en el capĂł del coche. MamĂĄ siempre se quedaba en el asiento corrido delantero. Trustin abrĂa el portĂłn trasero y dejaba las piernas colgando entre el remolque y el coche mientras Fraya y Flossie se tumbaban en el asiento trasero, con las cabezas juntas, los cuerpos apuntando en direcciones opuestas y los pies asomando por cada ventanilla trasera. Lint se tumbaba encima de Fraya como un gatito faldero mientras ella le acariciaba la coronilla. A mĂ me dejaban dormir en el suelo del asiento de atrĂĄs o a veces en el portĂłn trasero cuando Trustin decidĂa estirarse en el suelo.
Esa noche la Rambler parecĂa especialmente abarrotada, de modo que salĂ a buscar a papĂĄ.
Cada vez que pasaba por delante de un ĂĄrbol, me detenĂa a escribir en su tronco con el dedo. Pensaba que si les escribĂa a los ĂĄrboles algo bonito, me servirĂan de mapa para guiarme por el bosque.
Querido gran roble, tu corteza es como el canto de mi padre. AyĂșdame a orientarme. Querida haya, no se lo digas al roble, pero tus hojas son los mejores marcapĂĄginas que hay. AyĂșdame a orientarme. Querido arce, hueles al mejor de los poemas. AyĂșdame a orientarme.
Me disponĂa a acercarme a otro ĂĄrbol cuando se me enganchĂł el pie con una raĂz levantada. Me caĂ y me arañé las rodillas. Me quedĂ© sentada en el suelo gritando, no porque me hiciese daño, sino porque me habĂa perdido.
âVaya, vaya. âPapĂĄ chasqueĂł la lengua cuando se parĂł junto a mĂâ. Con un descubrimiento como tĂș, me harĂ© rico y famoso. SaldrĂ© en primera plana de todos los periĂłdicos del mundo con un titular que diga: LANDON CARPENTER ENCUENTRA UNA MISTERIOSA CRIATURA EN EL BOSQUE. Pero antes tengo que hacerte una pregunta. âPuso su cara frente a la mĂaâ. ÂżEres una criatura de Dios o del demonio?
âNo tiene gracia, papĂĄ, y no saldrĂĄs en la portada de ningĂșn periĂłdico âdije.
âÂżAh, no? âpreguntĂł Ă©l.
âNo. âFruncĂ el ceño lo mĂĄximo que me permitieron mis pequeñas cejasâ. Me he perdido, y ahora seguro que tĂș tambiĂ©n te has perdido. No puedes salir en la portada de ningĂșn periĂłdico si te has perdido a menos que sea en un artĂculo que diga que te has perdido. Pero nadie escribirĂa ese artĂculo porque a nadie le interesarĂa leerlo.
Me acordĂ© de la paliza que los hombres habĂan propinado a mi padre en las minas.
âNo eres importante âle espetĂ©, como debĂan de haberle dicho ellosâ. Eres Landon Carpenter.
Ăl echĂł la espalda hacia atrĂĄs en un gesto repentino de ira.
âTienes la boca muy pequeña para ser tan malhablada âdijo antes de beber un trago de licor y pasar por encima de mĂ para sentarse en el tronco de un ĂĄrbol caĂdo medio cubierto de maleza y abundante musgo.
CogĂ una hoja y la utilicĂ© para limpiarme los puntitos de sangre de las rodillas mientras me levantaba. DespuĂ©s de estudiar el bosque a mi alrededor, decidĂ que no tenĂa valor para adentrarme en la oscuridad sola, de modo que me sentĂ© al lado de mi padre. Me quedĂ© mirando el tarro que tenĂa en la mano. HabĂa pintado unas estrellitas negras en el exterior del cristal.
âÂżPor quĂ© siempre pintas estrellas en los botes? âle preguntĂ©.
âPorque destilo el licor por la noche, bajo las estrellas âcontestĂł Ă©l antes de dejar el frasco en el suelo a sus pies.
MetiĂł la mano en el bolsillo de la camisa y sacĂł la petaca con hojas de tabaco secas. ObservĂ© cĂłmo ponĂa una pizca en un papel de liar.
âÂżPor quĂ© no te importa que nos hayamos perdido, papĂĄ? âquise saber.
âTĂș eres la que se ha perdido, muchacha. Yo sĂ© perfectamente dĂłnde estoy.
Me dejĂł lamer el borde del papel de liar para poder envolver el tabaco. Acto seguido rascĂł una cerilla contra la cinta de papel de lija de su sombrero. Mientras encendĂa el cigarrillo, le mirĂ© la cicatriz de la palma de la mano izquierda. La piel se arrugaba como si prĂĄcticamente se le hubiese derretido la palma. Ăl tambiĂ©n mirĂł la cicatriz, estudiĂĄndola desde todos los ĂĄngulos. Cuando empezĂł a fruncir el entrecejo, apartĂł la vista y se quitĂł el sombrero. Me lo puso y dio una chupada al cigarrillo.
âÂżNo te da miedo que siempre nos perdamos? âle preguntĂ©â. A mĂ sĂ. Tengo miedo.
Ăl espirĂł soplando hacia las estrellas.
âÂżSabĂas que el humo es la niebla de las almas? âdijoâ. Por eso es sagrado y puede llevarse tu miedo a las nubes, que es el hogar de los comemiedos.
âÂżLos comemiedos?
âUnas criaturitas buenas que devoran todo lo que te da miedo para que puedas vivir tranquila.
Me dio el cigarrillo y me dijo que aguantase el humo en la boca antes de soltarlo rĂĄpido. Solo fui capaz de expulsarlo tosiendo. Iba a volver a inspirar, pero papĂĄ me dijo que cuidase mis pulmones.
âLos necesitarĂĄs para correr por los campos âdijo, cogiendo el cigarrillo.
Observamos cĂłmo el humo se alejaba y desaparecĂa.
âSigo sintiĂ©ndome perdida âconfesĂ©.
PapĂĄ me mirĂł antes de volver a desviar la vista a la oscuridad del bosque.
âUna vez encontrĂ© un bosque maldito, Âżsabes? âdijoâ. HabĂa ido a buscar plantas, pero me dormĂ. Cuando me despertĂ©, habĂa perdido la brĂșjula.
âÂżUna brujilla? âpreguntĂ©â. ÂżY la llevas encima? Tiene que ser muy chiquitita. ÂżEs buena? DĂ©jame verla.
Me puse a hurgar en sus bolsillos, pero solo encontrĂ© sus bolitas de ginseng. Ăl rio y me detuvo con el brazo.
âTranquila, Betty âdijo, riendo aĂșnâ. BrĂșjula, no brujilla. Me refiero al sentido de la orientaciĂłn. AplanĂ© la hierba detrĂĄs de mĂ, pero seguĂa perdido. Cuando atardeciĂł, pensaba que me quedarĂa en ese bosque toda la eternidad.
âÂżQuĂ© hiciste, papĂĄ?
âCogĂ unas piedrecitas y escribĂ mi nombre en la tierra para que la gente supiese que tenĂa uno. Luego me tumbĂ© y mirĂ© las estrellas en el cielo. Entonces me di cuenta de que sabĂa dĂłnde estaba.
âÂżDĂłnde estabas?
âAl sur del cielo.
âÂżDĂłnde estĂĄ eso?
âMira arriba, Betty.
Me orientĂł suavemente la cabeza hacia el cielo empujĂĄndome por debajo de la barbilla con el dorso de la mano.
âAllĂ arriba, en alguna parte, estĂĄ el cielo âdijoâ. Y nosotros estamos un poco al sur. AhĂ se encuentra el sur del cielo. EstĂĄ aquĂ mismo. âPisĂł fuerte el suelo debajo de nosotrosâ. No importa dĂłnde estĂ©s ni adĂłnde vayas, porque siempre estarĂĄs al sur del cielo.
âEstarĂ© al sur del cielo.
Miré al cielo con gran asombro.
âNo se puede estar en otro sitio âasegurĂł Ă©l.
ApagĂł el cigarrillo pellizcĂĄndolo con los dedos y se lo metiĂł en la bota. SimulĂł que me echaba una colilla en el zapato, pero como yo estaba descalza, me hizo cosquillas en el talĂłn hasta que rompĂ a reĂr.
âNo ha crecido âdijo de mi pie, midiĂ©ndolo con la manoâ. Pero nunca volverĂĄ a ser tan pequeño.
âNo dejarĂ© que crezca, papĂĄ.
âSeguro que no. âRio por lo bajo dejando mi pie en el sueloâ. MĂĄs vale que descansemos. Mañana nos espera un viaje largo. Con suerte, por la tarde veremos Ohio.
âÂżPuedo dormir contigo en el capĂł?
âÂżNo te enfriarĂĄs? âpreguntĂł.
âTengo una bufanda. âMe envolvĂ el cuello con mi largo cabello morenoâ. ÂżLa ves?
âÂżSeguro que no quieres dormir en la Rambler?
âPreferirĂa dormir en Marte, que por cierto es el tema de un cuento nuevo que he escrito. Lo escribĂ en una servilleta en la cafeterĂa en la que paramos cuando pasamos por Luisiana, pero se me olvidĂł.
âÂżSe te olvidĂł el cuento? âpreguntĂł Ă©l.
âNo. âNeguĂ© con la cabezaâ. Se me olvidĂł la servilleta. Pero me acuerdo del cuento. Es el mejor cuento marciano que he escrito.
âSiempre escribes sobre Marte. Debes de tener sangre marciana.
âHala, el cuento trata precisamente de la sangre marciana.
âEso tengo que oĂrlo.
EstirĂł las piernas y las cruzĂł a la altura de los tobillos.
âEl caso es que los marcianos quieren invadir la tierra âempecĂ© a relatar.
âParece que los marcianos siempre quieren invadir lo que es nuestro âobservĂł Ă©l.
âSupongo que no lo pueden evitar. Para invadirnos, mandan pĂĄjaros âdije, tratando de formar una figura de pĂĄjaro con las manosâ. Son de una especie que solo se encuentra en Marte. Los pĂĄjaros tienen unas alas igualitas a los menĂșs a cuadros de la cafeterĂa. Sus cuerpos son como los frascos de kĂ©tchup de la cafeterĂa, y sus cabezas, tazas al revĂ©s.
âÂżComo las tazas en las que mamĂĄ y yo bebimos el cafĂ©? âquiso saber Ă©l, llevĂĄndose una taza imaginaria a los labios y sorbiendo.
âSĂ. Y las patas de los pĂĄjaros son cucharillas largas de postre, como la que Trustin utilizĂł para comer su helado con zumo de naranja. Las ...