Mirándola dormir
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Mirándola dormir

seguido de Pavana por la amada presente, Pavana por la amada difunta y La tumba de Filidor

Homero Aridjis

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  1. 160 pagine
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Mirándola dormir

seguido de Pavana por la amada presente, Pavana por la amada difunta y La tumba de Filidor

Homero Aridjis

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La presente edición integra Mirándola dormir, obra ganadora del Premio Xavier Villaurrutia de 1964, Pavana por la amada presente, Pavana por la amada difunta y La tumba de Filidor del escritor michoacano Homero Aridjis. Poemas en verso o prosa poética en donde la sensualidad y el erotismo son los ejes.

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Informazioni

Anno
2015
ISBN
9786071627384
Argomento
Literatura
Categoria
Poesía

LA TUMBA DE FILIDOR

ANOCHECE.
Hay un mundo que se reduce para contenernos.
Tu sexo se hunde adentro de lo hundido. Tu sexo se inhibe, se recrea.
Simiente, he querido a veces pensar, he querido decirme que el hombre que busca por los bares no podrá encontrarnos: se ha ido demasiado lejos, aunque esté aquí, aunque pueda hablarnos, impedirnos.
Pero aquí no entra nadie. Estamos solos con nuestros cuerpos que inquieren, y solos con nuestro miedo natural a liberarnos.
Tus ojos burlan la ventana, miran horizontes cerrados.
Simiente, estás tranquila, nada preocupa tanto como la tranquilidad; estás satisfecha, nada preocupa tanto como la satisfacción.
Descansas. Te extiendes en lo extenso.
Tenemos que volver. Volvemos. Volvimos a retomar la piel, los lazos, la semejanza.
Cópula.
Sensaciones.
Ojos que se cierran hacia dentro. Puertas que me consiguen, que se mecen.
Y nunca creí en tus improvisaciones. Te consideré capaz abriendo las ventanas, mirando de soslayo. Te creí inútil bajando las escaleras. —Frío, demasiado frío el pasamanos. Te consideré indiferente al aire de la calle. Animal sexual caminando. Te creí en la piedad, llorándome y sonriéndome. Por nada. Formando palabras y rompiéndolas.
No eres oscura, presiento tus luces tendidas a lo ancho de este lecho angosto. ¿Hablaremos después de esto, me dirás: He sido feliz a tu ventura?
Nos hemos plantado. Semovientes. Cauda en ti cometa. ¡Qué horripilante debe ser estar sin nadie... ahora!
Sucedes. Doblegas el tormento en una castidad estrecha que te busca.
Fue en esta noche. Es.
Somos en esta noche. Seremos para siempre en esta noche.
Te pertenece eso. Me pertenece tu piel, la sombra de tu piel.
Abajo de mí, en mí: tu piel.
Cópula.
Infatigables remeros por las villas aéreas.
Te derramas hacia todos los puntos de la alcoba, hacia todos los puntos de los cuerpos.
Sibarita en lo que no haces, en lo que te falta por hacer.
No; yo. Tal vez. Viviéndote, sólo viviéndome.
Pareja trémula. Carne que se profundiza en las fusiones.
Carne de aquí y de allá, de adentro. Respiras avidez.
Anfitriona de seres que se succionan. Dos sobre la alfombra. Resbalas de uno a otro. Uno.
Te conduzco en mis brazos, te conduces sin cubrir tu desnudez. A ese ancho lecho angosto.
Eres suficiente y galopante.
Caballos legendarios recorriéndote, recorriéndome. Hierba mojada por las lluvias.
Bastamos.
Simiente. Libérame. Te digo:
—En esa reunión con seres que no cuentan, estabas.
Mutismo.
Las cortinas se aflojan. Flojedad en nosotros.
Sábanas que se arrugan al paso de tus dedos. Hombres arrugados por el tiempo que acaricia.
Parsimonia.
Flora. Fauna.
Ternura.
Simiente: algo pornográfica en su expresión, y en sus ojos insondables una tristeza de perro. Habremos de volvernos.
Nada preocupa tanto como la tranquilidad.
—Pascal, ¿la vida es esto?
—Eres mi cómplice. Colaboras instantánea, intuitiva. Sabiduría de tu piel que se sabe, que me sabe.
Agua viva. Antagonismo convergente.
Axilas con velos muelles.
Ríos de cauces que se apartan, se juntan. Medio rostro.
Simiente ya no dice nada; afirma sobre la duda de conseguirnos buscándonos.
Ahora, aquí, en todo el tiempo.
Muere quien quiere.
Y te vuelves susceptible como siete años de tú, niña. Y eres la trampa de la naturaleza. Y el inmortal es invención de los mortales.
Simiente, es verdad que te tengo, mas he de sonreírme hasta liberarme de ti.
Te has vuelto mi asechanza.
Etruria. Babilonia. Roma.
Mis palabras a mi padre:
—Es tu hermano.
(—Es verdad —sonrió—, a veces se me olvida.)
Mis palabras a ti, que no fluyen:
—Lo que ahora te es extraño, te será familiar; y lo que te es familiar, te será extraño. Este uso y desuso. Siempre. Estoy cansado y todo me es más transparente. La misma niebla es clara. Antiniebla. No sé aún por qué te lo digo. No lo siento sabiéndolo. Tú me escuchas. Mi voz se queda en ti. Aislada. Sola. En ti. ¿Qué eres? No sé por qué te lo digo, sin saber qué eres tú. Aunque me escuches.
Ahora creo que aquella vez estuve perdido.
Siempre.
Y yo te amo por física, por vital, por lo que sabes de mí, por lo que no sabes y a mí mismo me ocultas.
Inaplazable y desplazado. Dioses quebrados, rostros quebrados. Reminiscencias de un origen más noble. Ahora hacemos el amor con preservativos.
Alguien ha dicho que el tiempo es duro y sordo. Debe ser cierto, si alguien lo dijo sintiéndolo. Endurecido, ensordecido, tonto.
Pero yo amo el tiempo, porque transcurre, porque no devuelve la vergüenza, porque hace la memoria, y yo amo la memoria.
No creo que nada se dé gratuito. No creo que yo me esté dando gratuitamente.
Hay hombres que temen al sueño, que temen pasar soñando: están dormidos.
Hay hombres en las torres, en las azoteas anunciando con expresión fúnebre, con luto en los zapatos, que ya no está su compañero, su reflejo, su guiño, recogiendo la luz en las montañas.
Hay hombres que prefieren su cuerpo al aire libre, los ejercicios amatorios sin paredes. Se embarcan, zigzaguean.
...

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