Infancia berlinesa hacia mil novecientos
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Infancia berlinesa hacia mil novecientos

Walter Benjamin, Richard Gross

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  1. 136 pages
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Infancia berlinesa hacia mil novecientos

Walter Benjamin, Richard Gross

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Esta obra central en el universo benjaminiano se empezĂł a escribir en los años treinta del pasado siglo como contrapeso al mĂ­tico (y extrañado) proyecto del Libro de los Pasajes y al ascenso de los nazis al poder.Benjamin se torna a mirar su propia infancia: el nacimiento del "apetito de historias" en un niño enfermizo. No obstante, influido por Proust (de quien fue traductor), el autor alcanza una resonancia mayor y le devuelve su libertad fundacional a la forma ensayĂ­stica: capta la compleja trama de temporalidades que nos conforma, la resistencia del pasado a marcharse y su promesa de futuro. Con un acercamiento detallista y ensoñado, Benjamin observa un telĂ©fono, un costurero o un parque en medio de la ciudad, y extrae de ellos el fundamento de la imaginaciĂłn infantil, la magia de un pensar en imĂĄgenes, porque este libro es un mapa de la ciudad y un manual de instrucciones de la infancia en un momento en que ambas, ciudad y niñez, han desaparecido. Sin embargo, como siempre en Benjamin, lo extinguido adquiere una sĂșbita modernidad. Y su mirada, entrenada en el arte de la espera, se transforma en una cartografĂ­a de los sueños contemporĂĄneos.

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Informations

Année
2021
ISBN
9788418264818

el jorobadito

De pequeño, durante mis paseos, me gustaba mirar por unas rejas horizontales que permitĂ­an colocarse frente a un escaparate aun cuando a los pies se abriera un hueco. ServĂ­a Ă©ste para proporcionar un poco de aire y luz a las claraboyas del sĂłtano, situadas en las honduras, ya que, mĂĄs que al exterior, esas claraboyas daban a lo subterrĂĄneo. De ahĂ­ la curiosidad de hundir mi mirada entre los barrotes de cada reja que pisaba, a fin de llevarme del sĂłtano la visiĂłn de un canario, una lĂĄmpara o un inquilino. DespuĂ©s de intentarlo en vano durante el dĂ­a, podĂ­a ocurrir que la noche volviera las tornas y yo mismo quedara apresado en sueños por unas miradas que apuntaban desde aquellas covachuelas. Eran unos gnomos con caperuzas quienes me las lanzaban. Pero acto seguido de asustarme hasta los tuĂ©tanos, desaparecĂ­an. Por eso supe a quĂ© atenerme cuando encontrĂ© mi Libro alemĂĄn para niños con estos versos: «Cuando bajo a la bodega | para escanciar mi vinito, | hay allĂ­ un jorobadito | que me lo quita del jarrito». ConocĂ­a a esa pandilla empeñada en cometer de­saguisados y diabluras, y era palmario que en los sĂłtanos se sentĂ­a como Pedro por su casa. Se trataba de «gentuza». Los camaradas de la noche que en el monte de los nogales abordan al gallito y la gallinita –el alfiler y la aguja de coser gritando que pronto serĂ­a noche cerrada– eran de la misma ralea. Probablemente, sabĂ­an mĂĄs acerca del jorobadito. Él conmigo no intimĂł, y hasto hoy mismo no he sabido su nombre. Me lo revelĂł mi madre. «El Torpe te manda saludos», decĂ­a siempre que yo me tropezaba o rompĂ­a algo. Ahora entiendo a quĂ© se referĂ­a. Hablaba del jorobadito que me habĂ­a estado mirando. A quien Ă©ste mira no pone atenciĂłn, ni a sĂ­ mismo ni al hombrecillo. Se queda desconcertado ante un montĂłn de añicos: «Cuando voy a la cocina | para hacerme mi sopita | hay allĂ­ un jorobadito | que me rompe la marmita». Donde Ă©l entraba, yo salĂ­a perdiendo. PerdĂ­a porque las cosas se sustraĂ­an, hasta que, con el tiempo, el jardĂ­n se hubiera convertido en jardincito, mi cuarto en cuartito y el banco en banquito. Se encogĂ­an y era como si les creciera una joroba que las dejaba en manos del hombrecillo. El jorobadito se me adelantaba siempre y me cerraba el paso. Por lo demĂĄs, aquel preboste gris nada me hacĂ­a que no fuera cobrarme el tributo del olvido por cada cosa que yo tocaba: «Cuando entro en mi cuartito | a comerme mi cocidito | hay allĂ­ un jorobadito | que su mitad se ha comido». Se presentĂł asĂ­ muchas veces. Sin embargo, nunca lo vi. Él sĂ­ que me veĂ­a a mĂ­. Me vio en el escondite y ante la jaula de la nutria, en las mañanas de invierno y frente al telĂ©fono del pasillo, en el Brauhausberg con las mariposas y en mi pista de hielo con la charanga. Hace tiempo que ha abdicado. Pero su voz, similar al zumbido de la mecha del gas, me susurra desde mĂĄs allĂĄ del umbral del siglo: «Reza, ay, te lo pido, caro niñito, | reza tambiĂ©n por el jorobadito».
Ă­ndice
PrĂłlogo
Logias
Cosmorama imperial
La columna de la Victoria
El teléfono
Caza de mariposas
Tiergarten
Llegar tarde
Libros de la infancia
Mañana de invierno
Steglitzer esquina Genthiner
Dos imĂĄgenes enigmĂĄticas
Markthalle
La fiebre
La nutria
La isla de los Pavos Reales y Glienicke
Noticia de una muerte
Blumeshof, 12
Tarde de invierno
Kr...

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